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Arte y Cultura

Mi café favorito

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El año pasado descubrí una cafetería en la histórica galería San Agustín ubicada en pleno Centro de Lima. Amanqae es su nombre y se caracteriza no solo por vender café de especialidad, sino además una variada carta de cócteles con café. El lugar es muy colorido desde su ingreso y tiene una serie de cuadros a su alrededor. Conocí el lugar por mi hermana y desde aquel momento, he regresado cada vez que he podido.

El último verano, llegó a Lima un amigo de Alemania y opté por llevarlo a esa cafetería. A él le encantó el lugar. Si bien ninguno de los trabajadores hablaba un idioma extranjero como sí sucede en las otras cafeterías contiguas, ello no obstaculizó la experiencia que mi amigo se llevó del espacio. Amanqae nos seguía enamorando.

Entre mayo y junio de este año, volví a la cafetería con mi hermana y mi tía. Nos divertimos, probamos distintos cafés y pedimos nuestro cóctel favorito: algarrobina. La estadía fue agradable. Hace un mes aproximadamente, regresé nuevamente. Esta vez, fue junto a otro amigo alemán. Había venido a Lima desde Hamburgo solo por tres semanas y media. Probamos distintos cafés también, sin embargo, lo divertido fue cuando la mesera que nos atendió se retiró de nuestra mesa. A mi amigo le había parecido bastante simpática, pero lo dijo en voz alta hablando en inglés. Ambos suponíamos que nadie nos entendía. Luego de unos minutos, la chica regresó a vernos y al preguntarle si hablaba inglés, nos respondió en el idioma. Acabábamos de pasar uno de los momentos más incómodos del día. No solo porque mi amigo la había elogiado, sino porque también me había contado en voz alta las razones por las que otra de las meseras no era tan bonita para él. Mi amigo estaba sonrojado y yo, no paraba de reír.

Así han sido normalmente mis experiencias en Amanqae con excepción de lo sucedido el último fin de semana. Quedé con tres amigos para vernos allí, pero al final, solo llegó uno de ellos. Hoy pienso que fue lo mejor. Ni bien ingresamos al local, nos avisaron que ese día no estaban vendiendo nada de cócteles, pues el bartender no había ido a trabajar. Antes de frustrarme y cambiar los planes de esa noche, volví a preguntar y nos respondieron que pueden prepararnos solo cócteles con café. Me pareció una mejor idea y nos quedamos. La noche estuvo tranquila, salvo porque uno de los focos internos que estaba precisamente frente a nuestra mesa se apagó ni bien nos sentamos. Me pareció gracioso. Al final solo pedimos un chilcano de café, pues al pedir una algarrobina, ya habían cerrado la barra. Pedí que nos avisaran, pero lo hicieron sin avisarnos: todo mal. Al final, nos regalaron un descuento simbólico para una próxima visita. Trataré de volver.

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Ingreso frustrado

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A Sebastián lo conocí por intermedio de Sofia. Me lo presentó el 2021, debió haber sido a fines de ese año o tal vez un poco antes. Él es comunicador y desde que lo conocí, siempre ha trabajado para una productora que realiza diferentes conciertos en Lima. De hecho, anteriormente, me invitó dos veces a diferentes shows. El 2021 y el 2022, por ejemplo, recuerdo que él me apoyaba con los contactos de distintos artistas emergentes para que se presentaran en la cafetería que durante esa época yo administraba. Por aquel entonces, Sofia tenía una cafetería en Magdalena del Mar, local que dejó a mi cargo. A ambos, como nos apasiona el arte y la música, decidimos incorporar actividades que permitieran a nuestros clientes disfrutar de distintos talentos locales de forma gratuita cada vez que estuvieran con nosotros. Sebastián nos apoyó en ese camino.

La cafetería continuó con ese tipo de eventos hasta mayo de 2023, luego, me retiré del local y luego de unos meses, me enteré que había cerrado. Dejé de ver a Sebastián hasta que un día nos encontramos en Jesús María. Me contó que había terminado con su novia anterior y estaba saliendo con una nueva chica. Ese día lo pasamos juntos desde la tarde hasta la noche. Lo acompañé a su nuevo departamento, me mostró los ambientes y después, me preguntó si podía acompañarlo a comprar algunas plantas en Acho. Accedí y nos fuimos en taxi directo al mercado mayorista. Regresamos a casa cerca de las diez de la noche, me despedí y quedamos en vernos pronto. Sebastián me había mostrado su tocadiscos junto a sus vinilos, así que habíamos quedado en que llevaría los míos para probarlos.

Nos volvimos a encontrar hace un mes aproximadamente. La madre de Sofia, una persona muy importante en mi vida, partió. Ella se quedó en Hamburgo, Alemania, pero en Lima le organizamos una misa por el mes de su partida. Sebastián nos acompañó en la iglesia y en la reunión familiar posterior. Se fue después de tres horas, cerca de las once de la noche. Y recién hace una semana le volví a escribir. Iba a llegar a Lima una banda que sigo y quiero mucho. Confieso que no soy un fanático pleno de la agrupación musical, pero al mismo tiempo admito que la música que tienen me hace feliz y tenía muchas ganas de conocerlos en vivo. El último marzo esta agrupación se presentó en un festival colombiano en Bogotá, donde estuve, sin embargo, como se presentaban varios artistas en distintos escenarios al mismo tiempo, no pude verlos en vivo.

Ni bien me enteré que la empresa donde trabaja Sebastián estaba haciendo posible que esta agrupación musical llegara a Lima, le escribí a preguntarle si podía asistir. Me respondió afirmativamente. Llegó el día en que el concierto se llevaría a cabo y me respondió pidiéndome mi nombre completo más el número de mi DNI. Supuse que con esa información era evidente que ya estaba en lista y apenas llegué al espacio donde el evento se estaba desarrollando le envié una foto para agradecerle por haberme incluido en su lista de invitados. Grande fue mi sorpresa cuando me dijo que su lista ya se había cerrado. «¿Por qué no me avisó antes?», me pregunté. Ya no le insistí, pues tampoco quería quedar como alguien irrespetuoso o algo similar. Había programado no solo mi día, sino que además había organizado donde dejaría mi bicicleta para estar tranquilo en el show y luego poder recogerla. Justo había quedado con un amigo para que me prestara su estacionamiento, pues vivía a una cuadra del evento. Nada se llevó a cabo. Llegué a la puerta del concierto y me retiré. No había forma de ingresar, las cosas ya estaban hechas.

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Arte y Cultura

Una historia con Gisela Ponce de León

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A Gisela Ponce de León la conocí cuando estaba en la secundaria. Por aquella época yo rentaba una habitación en Surquillo y era voluntario para la Teletón. Como todos los voluntarios, salíamos a realizar colectas por distintos distritos de Lima metropolitana. Una noche, salimos con el grupo de voluntarios y nos encontramos a Gisela. Ella era la artista designada por la Teletón para la colecta de ese momento. Yo sabía perfectamente quién era, pues desde años antes había seguido su carrera en televisión. De hecho, supe de su existencia gracias a un reality de baile llamado «El Show de los Sueños», que era conducido por la animadora peruana Gisela Valcárcel.

Después de ese día, no la volví a ver hasta el día central de la Teletón que tuvo lugar en el Parque de la Exposición. Ni siquiera yo sabía que iba a participar de la logística del evento principal, pues quienes habíamos sido voluntarios para las colectas solo podíamos estar ese día como público. No sé cómo sucedió exactamente, pero en un descuido de la puerta que era para el backstage, una amiga y yo ingresamos. Ambos éramos menos de edad, estábamos aún en el colegio y en ese instante estábamos en medio de todas las figuras de la televisión. Adammo, Timoteo, Mónica Delta, Bruno Ascenzo, etc. estaban a nuestro alrededor. No obstante, para mí lo único que importaba era ver a Gisela. Era viernes por la noche y yo sabía que ella estaría al día siguiente en la mañana como parte de sus actividades para la radio Teletón, un formato para todos los programas de radio. No había dormido toda la noche, pues me hice pasar como staff y estuve apoyando en contestar las llamadas hasta el amanecer, luego busqué un espacio para descansar y ni bien desperté, fui inmediatamente a buscar a Gisela. Nos saludamos, no le dije que no había dormido y me quedé viéndola conducir en vivo desde el set radial del evento.

Otro día, decidí salir de casa y fui directamente al teatro donde ella se estaba presentando con la obra «Nuestro Pueblo», dirigida por Chela de Ferrari. Compré la entrada más económica y fui feliz durante toda la función. Después de aquella oportunidad, quise regresar, pero no tenía para la entrada. Revisé todas las páginas vinculadas al teatro limeño en las redes sociales para ver si encontraba algún concurso o alguna promoción y así fue. Una página que se autodenominaba como el club de fans de Gisela estaba sorteando una entrada para la obra. El concurso consistía en obtener la mayor cantidad de likes en las fotos que habíamos enviado para que la página las publicara. Las fotos que habíamos enviado debían de ser de los concursantes con Gisela. En mi caso, apenas tenía una foto con ella que me había tomado la primera vez que fui a la obra. Usé esa foto y envié el link de la misma para conseguir la mayor cantidad de likes. Gané.

Fui a ver la obra nuevamente y me quedé a esperar a cuando saliera del teatro. Ahí empezó nuestro contacto lejano, pero siempre lleno de amor. A partir de ese episodio y siendo plenamente consciente que algún día sería periodista, sentía la necesidad de publicar mayor información sobre Gisela en redes y me frustraba que las dos únicas páginas que lo hacían no cubrieran mis expectativas. Creé una página en Facebook y me alié a una chica que en ese momento había hecho lo mismo en Twitter. Ambos comenzamos a bombardear las redes con toda la información sobre Gisela antes que las otras páginas e incluso, antes que algunos medios tradicionales. Gracias a Gisela empezamos a asistir a todas las conferencias de prensa de las obras donde ella se presentaba para recolectar la mayor información posible y poder publicarla. En ese lapso, Gisela estrenó una película: «Quizás Mañana», de Jesús Álvarez y Adolfo Aguilar. Recuerdo con claridad que aquel día me obsequió un pase doble para la alfombra verde, es decir, para el estreno del largometraje. Salté de emoción en mi interior y tomé el primer bus que pude con dirección a casa de una amiga para ir de allí juntos al Real Plaza Primavera, epicentro del evento.

Luego de aquellas experiencias, me vi con Gisela en sendas oportunidades en el Grupo RPP mientras ella tenía su programa radial en Studio 92. Iba para grabarle algún video o para saludarla. Gisela se convirtió automáticamente en mi actriz peruana favorita. Así transcurrió el tiempo. En medio de todas esas anécdotas, también fui parte del flashmob oficial de otra película protagonizada por Gisela y que se desarrolló en el Real Plaza Centro Cívico. Y recién, esta semana la volví a ver después de meses. A inicios de año, la vi en una obra de Los Productores en el teatro Mario Vargas Llosa y esta vez, en el colegio Claretiano. La última obra que por estos días se encuentra en funciones se llama «Peter Pan Hasta Las Patas» y allí. Gisela interpreta cuatro personajes con personalidades abrumadoramente distintas. No tiene sentido sorprenderse cuando ya sabemos sobre su versatilidad y talento. Gisela no ha cambiado, sigue siendo imperfectamente perfecta.

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