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Minientrevista a FÉLIX ÁLVAREZ «Felisuco» (Actor, Humorista… y más)

Sorpresa cuando me llega un whatsapp que me pide que escuche una canción. Mi admirado Felisuco ha montado la banda “Poca Broma” y quiere que le dé mi opinión. A Félix Álvarez lo conocí en el año 2007, presentado por nuestro amigo Fernando Ramos, y posteriormente protagonizó mi cortometraje “Las Cartas de Dios”. Desde ahí, amistad y respeto mutuo. Hemos podido volver a trabajar juntos. Recuerdo cuando presentó la Gala de la Reina del Carnaval de Telde que yo dirigía, junto a Sonsoles Artigas. En varios de los grandes momentazos de mi carrera, ahí está él, siempre apoyándome.
Nunca dejas de sorprenderme. Ahora, cantante. ¿Cómo surge la idea de montar la banda “Poca Broma”?
Bueno, pues, esto fue casi es una terapia. Después de acabar mi carrera política en junio de 2023, pues uno se encontró en ese estado de penumbra, de desubicación en el que te encuentras cuando acabas una etapa. Un amigo me dijo: «bueno, pues acércate un día, aquí al local que tenemos, donde ensayamos y tocamos allí un grupo de amigos». Y nada, fui. Y fueron dos horas y media o tres horas que estuve con estos chicos compartiendo un rato y compartiendo música y unas cervezas, pues me lo pasé en grande, no me acordé de ninguno de los problemas que por entonces me acechaban y nada. Fuimos volviendo a ese local de ensayo y fuimos haciendo versiones y luego jugando, jugando, fuimos poniendo música encima de la mesa. Músicas propias, letras propias, y así, sin ninguna pretensión, sin ninguna vanidad, nació “Poca Broma”. Y ahora, nos encontramos en un momento completamente dulce, disfrutando muchísimo del camino y sin interesarme lo que hay en la meta, simplemente disfrutando del camino que estoy transitando con estos amigos y con un montón de gente, aquí en Santander, que nos apoya.
Los caminos, que siempre son importantes. A mí, la primera vez que me mandaste los audios, me sonó a las canciones de los primeros discos que me encantaban de Sabina. Y no lo digo por amistad. Fue la primera impresión. ¿Qué referencias reconocerías en lo nuevo que estás haciendo?
Bueno, no eres el único que ha dicho que nos damos un aire sabinero, Al Sabina de los comienzos, aquel Sabina que montaba en aquellos trenes que iban hacia el norte en aquella maravillosa canción. La verdad que yo siempre me he definido como un «serratfilo» y un «sabinero». Para mí, Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, son mis dos grandes estrellas musicales. Aunque escucho todo tipo de música. Desde copla, hasta Pink Floyd pasando por flamenco, por rock sinfónico, por Queen, por Rollings y por todo. Soy un melómano. Escucho mucha música, pero evidentemente mis dos grandes referentes musicales son Sabina y Serrat.
Y claro, cuando uno lleva tanto y tanto tiempo escuchando un tipo de música, escuchando un tipo de letra, pues acaba interiorizando eso que tanto tiempo ha escuchado. Y al final, sin querer, de forma casi automática, uno acaba replicando esos esquemas; poniendo, evidentemente, lo que tiene dentro, poniéndole su estilo, poniéndole su gracia, poniéndole su salero, pero replica esos esquemas casi sin querer.
Tu carta de presentación artística fue en aquellos programas de chistes “Ingenio y locura” o “Genio y figura”. Hoy en día, que los ánimos tras la pandemia están tan crispados, ¿crees que nos falta más humor?
Sí, sí, la verdad que este país está convirtiendo en algunos momentos en irrespirable, ¿no? No solamente es que nos haga falta humor, es que hemos falta libertad de expresión. Y el humor, evidentemente, se apoya en un pilar fundamental, que la libertad de expresión. La libertad de pensamiento primero, luego la libertad de expresión. El humor, como decía Churchill, nos salva de los que somos.
En la edad media, el único que tenía capacidad para reírse del Rey era el bufón. Él podía decir que el rey estaba por borracho. Si lo decía un conde le cortaban la cabeza. El cómico, el bufón, el titiritero, es el que tiene que poner delante de cada uno de nosotros el reflejo de nuestras propias visiones. Y eso, evidentemente, muchas veces implica que haya gente a la que no le guste lo que escucha. Ya, pero es que esa es la libertad de expresión, que adquiere un fundamento muy importante, sobre todo, cuantos sirve para escuchar cosas no te gustan, porque si todo lo que escuchas te gusta, evidentemente, no te molesta y como no te molesta no hay ningún conflicto.
Entonces, yo creo que, al faltar libertad de expresión, el humor se encuentra cada vez más coaccionado. A esto le sumas que no hay más que «ofendiditos», ahora, en todos los lados; que digas lo que digas a alguien le ofende, que todo el mundo se siente ofendido, que no le gusta lo que dices se creen en derecho de censurarte o «carcelarte», que es como se dice ahora, en los tiempos modernos. Y el sentido del humor, evidentemente, y el humor en sí, cada vez tiene más difícil sobrevivir.
Porque, como te digo, todo el mundo se enfada por absolutamente todo. Y sin humos no hay crítica y sin crítica, no hay mejoría.
Lideraste la candidatura de Ciudadanos en Cantabria, fuiste Diputado del Gobierno Español y fuiste vicepresidente del Racing de Santander. Este es el Felisuco que menos se conoce y que también debemos valorar, el que tiene vocación de ayudar a los demás. De hecho, a mí me has apoyado siempre a cambio de un abrazo. ¿Crees que la vida te devuelve todo lo que estás haciendo por los demás?
Debería de ser así, pero no lo es. Creo que hoy día está muy de moda eso de lucha por tus sueños que los conseguirás, visualiza el futuro y lo conseguirás. Bueno, no. No, pues a veces hay gente muy buena que pelea mucho y las cosas no le salen. Hay que ser constante, hay que ser muy bueno, tienes que darte a conocer y luego tienes que tener ese puntito de suerte, esa gracia divina o como lo queramos llamar, que realmente acabe dando los frutos que uno espera. Decía Bruce Springsteen que el éxito de una canción estaba en una buena letra, en una buena música, en los buenos arreglos, es una buena voz y en algo que nadie sabe lo que es, que hace que esa canción sea especial. Bueno, pues yo creo que pasa un poco lo mismo con la vida. Yo creo que la gente buena, la gente honesta, la gente honrada debería tener premio; pero cada día me encuentro que hay un montón de canallas a los que les van bien las cosas. Entonces, no me molesta por ellos, me molesta porque la gente buena, la gente honrada, la gente que pelea, la gente cabal y noble; pues muchas veces sufren y no les salen las cosas.
Pero bueno, ojalá fuera como tú dices.
Las canciones de “Poca Broma” las podemos escuchar en Spotify, por ejemplo. ¿Qué le quiere contar Felisuco al mundo, para que sea un poco mejor?
Bueno, nada especial. No hago las canciones pensando en ningún mensaje específico. No hago las canciones intentando crear cátedras. No. Hago las canciones, porque cojo la guitarra, me siento con un folio en blanco, silencio y empiezan a salir las cosas. Muchas veces me siento a componer y no sé lo que voy a componer. Yo no digo, «voy a hacer una canción para mi hija» y me siento compongo una canción para mi hija. A lo major, algún día lo intento. Pero de momento, no, de momento cojo la guitarra, me viene una frase que me gusta y esa frase es el ovillo del que sale el hilo del que voy tirando hasta que consigo hacer esas canciones. as Muchas veces, yo a mí mismo, me sorprendo haciendo una canción y andando caminos que no pensaba que iba a recorrer, porque no lo tenía previsto. Y me gusta a esa forma de componer. Me gusta sorprenderme a mí mismo. Luego, una vez que las canciones están hechas, yo las lanzo, la gente las escucha y cada uno le busca cosas distintas. A uno les parece una canción de amor, una canción de despedida, una canción de Esperanza. Me da igual. Si la canción emociona, si la canción despierta en el oyente alguna emoción, le hace vibrar, le hace temblar; con eso me doy por satisfecho.
Recuerdo verte, en el teatro, con “La cena de los idiotas” y creo que ese tipo de obras levantan el ánimo. La risa es un motor para los que tenemos la suerte de tener el decodificador que la convierte en energía. También sé que has estrenado tu nuevo espectáculo de monólogos ¿Proyectos de futuro en los escenarios? (que se puedan contar, claro).
Bueno, el 14 de junio he estrenado aquí en Santander, en el teatro Casyc, un monólogo que ya por título «Un payaso en el Congreso» que ha ido especialmente bien. Digo especialmente bien porque, cuando es un monólogo, normalmente lo preparas, lo pruebas en salas pequeñas donde vas viendo la reacción de la gente a las cosas que vas diciendo. Aquí, sin embargo, no, aquí me la lancé en plancha en pola kamikaze a un espectáculo de uno hora y media completamente nuevo y la respuesta fue muy por encima de las expectativas que yo me había marcado. Lo llevaremos a Madrid a partir del mes de septiembre y a partir del 27 de septiembre estrenaremos en el teatro Muñoz Seca, en el centro de Madrid, «La cena de los idiotas» junto a Javier Losán, que es «el ovejas» en la serie del Pueblo de Tele 5 y a Santiago Urrialde. Y estaremos, seguramente 8 meses si todo va bien, allí, hacienda otra vez «La cena de los idiotas».
En este caso, cambio el papel. No hago el inspector de hacienda, hago el que monta la cena, hago el protagonista, junto con Javier Losán que hace el idiota. Y luego tenemos por ahí algunos proyectos televisivos, algunas llamadas de televisión para unos programas, pero esas cosas están en el aire y la televisión es un medio que nunca sabes lo que va a pasar hasta que no firmas lo que te ponen delante. Así que, de momento, estoy satisfecho. El día 24 de julio, con «Poca broma», tocamos aquí, en la semana grande de Santander, en la Plaza Porticada, algo que me hace especial ilusión porque es tocar en mi ciudad ante tres mil o cuatro mil personas y seguiremos tocando este verano con «Poca broma» en varios sitios de Cantabria.
Pues, amigo, te deseo toda la suerte del mundo, que te la mereces, sin duda. Como anécdota, contaré que, rodando nuestro cortometraje, todos los planos salían a la primera, sin repeticiones. Eso habla muy bien de lo involucrado que te muestras en todo lo que haces. Eso es ponerle pasión. Y, aquí, en Canarias tienes tu grupo de admiradores atentos a todo lo que haces. Y a los lectores, en serio, busquen las canciones de “Poca Broma” y ya nos dicen.
Escúchalos en SPOTIFY:
https://open.spotify.com/intl-es/artist/2GmHOXxNpejtgj46pCZaRy
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A propósito de la caída del Puente de Chancay

Por German Loyaga Aliaga, Periodista especializado en economía
En febrero del 2019, el especialista en temas de infraestructura ing. Raúl Delgado Sayan, escribió un artículo en la plataforma de análisis y opinión Lampadia que denomino “A propósito del niño. ¿Por qué se caen los puentes y el SNIP?”. Y lo traigo a colación a raíz del colapso del puente Chancay que hasta ahora ha generado 3 muertes y más de una treintena de heridos, sin mencionar daños materiales que este colapso ha generado.
Hay que recordar que en esas fechas que el ing. Raúl Delgado escribió dicho artículo, se venía desarrollando El fenómeno El Niño costero de 2019 que produjo severos daños en la infraestructura hospitalaria, carreteras y el colapso de puentes en el Perú.
Además, es bueno precisar que, a esa fecha, según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE.UU. (NOAA, por sus siglas en inglés) pronosticó que el fenómeno de El Niño global se prolongaría hasta el verano del 2024 con una probabilidad del 82 %.
Asimismo, a nivel global, las pérdidas económicas relacionadas con eventos climáticos aumentaron considerablemente en la última década. Y además según datos de la ONU, a nivel global, las tormentas generaron daños económicos por un total de 521 mil millones de dólares entre 1970 y 2019, mientras que las inundaciones ocasionaron pérdidas de 115 mil millones de dólares en el mismo período. Además, las sequías fueron responsables de 650 mil muertes.
De otro lado, de acuerdo con el Banco Mundial en los últimos 20 años, las inundaciones afectaron a 1,650 millones de personas en todo el mundo, estimándose que 180 millones de personas adicionales se verían impactados por el mismo fenómeno para el año 2030. Además, se proyecta que para el 2050, más del 75% de la población mundial podría verse afectada por sequías.
Es en este contexto que el ing. Raúl Delgado Sayán, escribe el artículo que es publicado en Lampadia el 27 de febrero, a fin de explicar los motivos por el cual los puentes que tuvieron el impacto del fenómeno climático colapsaron muchos de ellos.
El especialista, señaló en su artículo, que cada vez que ocurren estos fenómenos climáticos se pierden centenares de puentes; sin embargo, agrega que, todos esos puentes o su gran mayoría, son diseñados y construidos cumpliendo con las normas de diseño y construcción, pero sin embargo se caen. ¿Y se pregunta porque se caen?, y agrega, si se observa los puentes colapsados, estos no se caen generalmente por la súper estructura (la parte horizontal por donde transita el tráfico), pues resalta que mayormente colapsan los apoyos y por eso en las fotos de los puentes colapsados se observa que los puentes se caen completos.
Fallan los apoyos
Delgado Sayán, detalla en su artículo que el Perú tiene como característica ríos de excesivo caudal, velocidad y, por consiguiente, energía cinética, que hace que cuando llueve con más intensidad los ríos se cargan exponencialmente y bajan con mucha fuerza llevando todo tipo de rocas, que en su discurrir erosionan las bases de los apoyos hasta quitarles todo soporte.
Añade el experto que en apenas 70 a 80 kilómetros de recorrido, las aguas del río bajan desde 4,800 metros sobre el nivel del mar hasta el nivel del mar, con lo cual la fuerza erosiva es muy alta. Así también precisaba que en lugar de cimentarlos sobre pilotes de acero o de concreto que llevan a 15 a 20 metros de profundidad la cimentación, simplemente los apoyaban sobre zapatas y a no más de 3 a 3.5 metros de profundidad.
El ing. Raúl Delgado, señalaba en su artículo “A propósito del niño. ¿Por qué se caen los puentes y el SNIP?”, que la estimación del caudal de agua que lleva consigo el río a extrema velocidad sobrepasa las estimaciones previstas, ya sea porque estas no fueron suficientes o porque no se hizo mantenimiento al fondo del cauce del río con lo cual disminuye su capacidad.
Precisó, asimismo, que lo debiera hacerse, sobre todo considerando estas avenidas extremas se los Fenómenos del Niño, es elevar los apoyos del puente por lo menos un metro o algo más, sobre aquello que determine el cálculo de avenidas extremas probables, de modo de tener un factor extra de seguridad frente a estas avenidas extremas del Niño que irán agravándose por causa del calentamiento global.
SNIP
Al momento de escribir el artículo, Delgado menciono que muchos de los colapsos de los puentes tenían que ver con el llamado Sistema Nacional de Inversión Pública (SNIP), que es la etapa de pre-inversión (estudios a nivel de factibilidad donde se analizaban varias alternativas), y que en general obligaba a escoger la alternativa de menor costo.
El articulo precisa que, si coloca pilotes a los apoyos del puente para preservar y asegurar que no colapsen ante fenómenos de crecidas de ríos, o se decide elevar los apoyos un metro más, como medida de factor de extra seguridad, el costo del puente aumentará entre 15 a 17 %, con lo cual no pasaba el SNIP, y le decían al diseñador “disminuya sus costos”.
Y agrega Delgado Sayan, “si se quita los pilotes y baja la altura de los apoyos, el riesgo es muy alto que colapse el puente y se pierda el 100% de la inversión (como en el caso de Chancay), generando un pasivo adicional por todo el costo de no tener el puente durante un buen tiempo y finalmente lo tienen que volver a construir y ojala en el evento no se produzca el colapso con tráfico encima que conllevaría a tener también pérdidas humanas”, es decir, premonitoriamente sucedido lo que escribió hace 6 años.
Y agrega en su artículo, que si un buen ingeniero supervisor dice: esto no es seguro y hay que cambiar la cimentación para poner pilotes y elevar la altura de los apoyos, se genera un ADICIONAL, y luego después, le van a caer los organismos de control o del Congreso, entre otros, y denunciar que ha habido sobrecostos en el puente, y como consecuencia denunciar a quien decidió implementar estas mayores medidas de seguridad.
En el artículo, el experto en temas de infraestructura, resalta en ese momento que el gravísimo problema es que todavía no se ha cambiado de mentalidad de creer que la mejor solución de un proyecto de ingeniería es aquella de menor costo, en lugar de tomar todos los factores de riesgo en consideración durante la vida útil de la infraestructura.
A estas alturas del 2025, la pregunta es, algo ha cambiado desde febrero de 2019 donde Raúl Delgado Sayán, escribió el artículo “A propósito del niño. ¿Por qué se caen los puentes y el SNIP?”, usted tiene la palabra amigo lector.
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Mi relato «EL LIBRO DE BERBEL», publicado en varias revistas y medios.

Mi relato
EL LIBRO DE BERBEL
ha sido publicado en varias Revistas y algunos Medios de Comunicación
en España.
Jules Vega hacía poco que se había independizado de sus padres. No es que le hiciera falta, pero su afición a los locales de música en directo le obligaba a ello. Volver a casa, en la periferia, después de los conciertos, en muchos de los casos se hacía inviable y tenía que convencer a algún amigo para quedarse a dormir en su casa. Y más, cuando empezó a colaborar con el sonido de algunos grupos de rock de poca monta. De esos que no duran tres ensayos sin pelarse.
Pero, con el poco de dinero que ganaba, le dio para pagar un cuchitril en una calle bastante oscura. Se lo pensó mucho. Por un lado, estaba el temor de separarse de sus padres. Él era el hermano mayor de los cuatro y el primero que salía de casa y quizás era demasiado joven para ello. Aunque, por otro lado, pensó que era una boca menos que alimentar todos los días. Era de familia humilde. Su padre, sastre, a duras penas logró sacar a la prole adelante, pero nunca faltó un plato de comida en casa. Eso sí, el chico nunca pudo ir a la universidad a estudiar ingeniería, como hubiera sido su deseo. Y ahora, mal pagado, tenía un trabajo para empezar a entrar en el mercado laboral.
La suerte que tuvo era que, justo en la acera de enfrente de su casa, había una librería de ejemplares de segunda mano muchos más baratos. Con esos ojos azules y la sonrisa que le salía sola, fue al tercer cambio de novelas cuando la chica se los metía en la bolsa sin cobrárselos a cambio de que le dejara entradas para los locales donde había rock nocturno. Y en eso pasaba los días. En un cuarto pequeño al que, con el paso del tiempo y paciencia, fue quitando la mugre. Y, acudiendo a los ensayos de las bandas con las que hacía directos los fines de semana para darles consejos de cómo mejorar su sonido.
Uno de los días. Una de las bandas que ensayaba en esos locales recibió la llamada de que su técnico de monitores había sufrido un accidente de coche debido a su constancia y empeño en embriagarse como si se fuera a acabar el mundo. Y, entre las fracturas físicas y la que le pueda infringir el juzgado, iba a estar un tiempo en el dique seco. Qué ironía. La profesionalidad y el celo con el que trabajaba Jules no se le habían escapado al director musical del grupo que ensayaba en el local de al lado y con el que llevaba trabajando desde sus comienzos. Aprovechó que quería fumarse un cigarrillo para decirle al chico que saliera con él. Entre bromas de sonidistas y preguntas dirigidas a ver qué onda iba el chaval; aquello, más que una conversación, estaba siendo un examen de ingreso. Lo pasó con nota, por lo que se puso serio para ofrecerle ser el segundo de la nave. De él dependería que los músicos, dentro del escenario, se escucharan bien para que pudieran dar lo mejor de sí mismos.
Sabía que no tenía la experiencia necesaria, pero era atrevido. Era una oportunidad que le estaban dando para crecer y no quería defraudar. Temía que, si no daba la talla, no volviera a trabajar nunca en eso. Quedaron en que se lo pensaría. No tuvo que pensar mucho cuando le dijeron lo que cobraría. Un solo concierto de la nueva banda sumaba más de lo que ganaba durante todo el mes con las tres a las que les hacía el sonido. Y, sobre todo, se relajó, al ver que su nuevo jefe le contó que él empezó de la misma manera y que no le dejaría estamparse. Que lo iba a ayudar porque el potencial que veía en él era el mismo que él sabía que tenía cuando empezó, veinte años atrás. Se dieron un apretón en las manos y la única petición fue que respetaran las fechas que ya tenía concertadas con los grupos, que se tendrían que buscar un técnico nuevo. Seguro que alguna acabaría disolviéndose.
Y así fue como Jules empezó a tener un trabajo decente, asegurado y que le daba para ahorrar. La primera medida que quiso tomar, cuando le llegó la primera nómina de la gira que hicieron, que incluía Ciudad Rodrigo (Salamanca), el Tiemblo (Ávila), Malagón (Ciudad Real) y Alcoy (Alicante) con cierre en el Teatro Principal de Castellón, fue mudarse de aquel piso al que, por otro lado, ya le estaba tomando cariño. Y a la librera de enfrente, un poquito, también. Siempre le preguntaba por su novio, con la esperanza de que un día le dijera que lo habían dejado. Eso, y que él estaba contribuyendo mandando dinero a sus padres para que alguno de sus hermanos pudiera tener estudios alguna vez. Contaré que la chica de los libros pasó a un segundo término el día en que, estando Jules leyendo un ejemplar de “Los nombres prestados” de Alexis Ravelo, oyó una voz recitando poesía en la casa de al lado.
El sonido entraba por la ventana. Se escuchaba, pero no se entendían las palabras. Intentó pegar la oreja a la pared y logró escuchar mejor, pero no identificaba las frases. Y así, día tras día. No escuchaba lo que decía, no veía quién lo decía, pero pasaba el rato oyendo como si de una sinfonía se tratara. Y, como tonto no era, llegó un momento en que se dijo a sí mismo que cómo era posible que se estuviera prendado de una voz. Y recordó las leyendas urbanas que dicen que hay gente que se ha llegado a enamorar de la voz de su sistema operativo. Pues le estaba pasando y no sabía cómo gestionarlo. Le contó todo, con pelos y señales, a su jefe. Se rio tanto de él, que se sintió ridículo. Quizás lo fuera, se dijo a sí mismo. Aun así, el hombre le invitó a que se llevara prestado un micrófono de cañón supercardioide, de los que se emplean en cine, que había en unos cajones al fondo y que no usaba desde la época en que trabajó en rodajes cinematográficos, antes de dedicarse a las giras de artistas.
El chico se lo llevó junto a un trípode para poder ponerlo pegado a la pared. Y allí se sentó a esperar a que, fiel a sus horarios, la chica empezara a recitar. Así lo hizo, metódica y disciplinada, como él. Le gustó esa apreciación. Tras la sesión de poemas, que solía durar media hora, estaba ansioso por pasar el audio al ordenador a ver qué se escuchaba y con qué grado de nitidez. ¡Y voilà! No se entendían todas las frases, pero sí algunas palabras sueltas. Las anotó todas para que, al día siguiente, en el ordenador de los locales de ensayo en el que tenía internet, pudiera buscar a ver qué libro estaba interpretando. Se le ocurrió que, si lograba saber qué poema estaba leyendo, podría leerlo con ella. Era absurdo, pero cada día se obsesionaba más con ella.
Quiso verla físicamente. Y trazó un plan. Dejaría la puerta abierta para oír cuando sonaba la cerradura de la casa de ella y fingir un encuentro casual en el descansillo de la planta. Pero, viviendo sensaciones como las que estaba experimentando, pensó primero en vivir la sensación de escucharla recitar mientras leía el poema. Introdujo los datos en Google y, con las palabras que llevaba anotadas: “metáforas”, “malamañada”, “armas tomar” y “sangre”. Le devolvió que se trabaja de un libro de la poeta Pino Marrero “Berbel” titulado «Poemas impertinentes». Al día siguiente, sin dilación, bajó a ver a su librera preferida para ver si se lo podía conseguir. Al decirle que no, se decepcionó. Él imploró y ella se apenó, pero no estaba en su mano solucionarle el problema. El chico, rápido de reflejos, le lanzó un reto. Si se lo conseguía, le llevaría al local de ensayo a conocer al grupo nuevo con el que estaba trabajando y que sabía que era del gusto de ella. La chica vio los cielos abiertos y no tardó medio minuto en saber en qué librería podría conseguirlo. Más grande fue el pesar cuando le dijo que estaba descatalogado, y acrecentó la decepción del joven que se fue cabizbajo. Lo había intentado, aunque fuese una quimera. Ella llamó a su novio para que fuera a comprar el libro y llevárselo de inmediato. En una hora ya tenía el ejemplar de “Poemas impertinentes” en sus manos y se pasó la tarde esperando ver entrar o salir a Jules. Al avistarlo, lo llamó. No les quiero decir la cara del chico cuando ella, con la sonrisa de la que sabe que ha hecho feliz a alguien que valía la pena que la vida lo tratara genial, le puso el libro delante. Ahora le tocaba cumplir a él. La llevaría a ver uno de los ensayos de la banda que a ella le encantaba. El trato era justo para los dos.
Esa tarde hiperventilaba y no veía el momento en que llegara la hora del recital de la misteriosa joven. Lo disfrutó de una manera que no había sentido nunca. Ese día la notó más sensual y más sexual. Desde que logró encontrar la página que estaba leyendo, ya leyeron juntos. Ahora sí que reconocía todas las palabras de la joven que recitaba a la poeta Berbel. Y era imprescindible, a partir de ese momento, que había que subir un escalón: Verla en persona.
Se levantó temprano, sabiendo que ella madrugaba, y puso la escucha en ver cuando salía de casa. En todo el día no salió. O ya era mala suerte que ella lo hubiera hecho en el único momento en que fue al aseo. Le dio coraje no verla, porque al día siguiente comenzaba otra minigira con la banda y estaría otra semana fuera. Aun así, se sentó, en el horario preciso, a disfrutar de la voz de la dueña de sus pensamientos. Ese día fue la primera vez que intentó hacer una imagen mental de ella. La vio rubia, delgada, bastante maquillada para su edad y vestida muy juvenil. Esa noche durmió relajado, y le dio alguna vuelta antes en las cosas que le diría cuando la tuviera delante.
La gira fue en avión hasta Madrid y luego mucho autobús para ir de una ciudad a otra. Él llevaba su maleta con ropa para mudarse, el ordenador que controla la mesa de sonido y el libro de Berbel. Quería ir leyéndolo por el camino. Siempre había renegado de la poesía; de hecho, era el primer libro que leía. Todo por esa voz cálida que le seducía desde el otro lado de la pared. Como tuvo que madrugar demasiado, el primer tramo en carretera lo hizo con los ojos cerrados. Era la tónica de la banda: conciertos por la noche y carretera durmiendo hasta el amanecer para llegar a la siguiente ciudad. En la segunda jornada, sacó el libro para leer y, fruto del cansancio, se quedó traspuesto con él abierto sobre el pecho. Cuando despertó. Ya no lo tenía. Lo buscó por todos lados, por el suelo, por los otros asientos, le preguntó a los compañeros. No podía ser. Si nadie había bajado del vehículo, tenía que estar dentro. Pero no. Solo había una posibilidad. Alguien se lo había quitado. ¿Quién y con qué motivo? No tiene sentido. Si me lo piden, se lo presto, pero ¿robarlo?
Se montó un buen lío dentro del bus en el que algunos hasta se reían de él por leer poesía. Se enfadó hasta el punto de que pasó enfurruñado el resto de la gira. No sabía qué hacer. Era el nuevo y no podía montar un trifostio violento porque sabía que lo tacharían de conflictivo y, quién sabe, si acabaría despedido. Urdió un plan.
Durante los conciertos que quedaban, se subía a la mesa de sonido general que escucha el público mientras hacían la prueba de sonido y se conectaba a los canales donde había micrófonos cerca a ver qué escuchaba de las conversaciones. En alguna se hablaría del libro, esperaba. Ninguno habló de los poemas de Berbel, pero se enteró de muchas cosas que fue anotando. Los músicos, pensando que hablaban en la intimidad de no tener a nadie cerca, contaban cosas susceptibles de volverse en su contra. Se lo pasaba genial espiando a sus compañeros. De casi todos tuvo cosas guardadas que le servirían para hacerles chantaje. Era ilegal, pero robarle su libro también lo era y estaba decidido a recuperarlo. Focalizó en Adonay, el muchacho que carga los instrumentos de percusión, para presionarle.
Se sentó al lado de él en uno de los restaurantes y aprovechó que eran solo ellos dos en la mesa para presionarle.
—Adonay, sé que tú sabes quién tiene mi libro de poemas —le tanteó, intentando sacar una verdad de una mentira.
Tras varias excusas, entendió que el chaval no sabía nada. Dio un giro a la estrategia y lo amenazó.
—Necesito que me ayudes a recuperarlo. Es muy importante para mí. Eso tienes que saberlo.
—Ya, pero ¿yo qué puedo hacer?
—No sé. Preguntar a ver quién sabe algo.
—Ah, no, ni de coña. Esa es tu guerra; no la mía.
—Ya, pero si yo pregunto, nadie me dirá. En ti, como nadie desconfía, seguro que alguno te da pistas. Es tan fácil como tirarles un poco de la lengua. Solo eso.
—Pues conmigo no cuentes.
—¿No? ¿Y si alguien se va de chisme y cuenta que, cuando sale un concierto en la isla de Lanzarote, pones excusas para no ir porque tienes una orden de alejamiento de la cantante del anterior grupo en el que trabajaste allí?
—¿Qué? ¿Y tú qué sabes de eso? ¿Quién te ha dicho?
—Bueno, entre un batería y el que le coloca sus platillos no hay secretos, y siempre hay gente cerca que escucha las conversaciones.
—¿Me va a hacer chantaje? ¿Es eso?
—No, Dios me libre. Bueno, un poquito sí. Averigua a ver qué sabe la gente y seré una tumba. Lo juro.
—Te estás metiendo con la persona inadecuada. Lo haré. Pero esto no va a quedar sin factura.
Y pasaron horas y horas en el autobús. A Adonay se le veía moverse mucho, cambiando de sitio a medida que hablaba con unos y con otros. Llegando a Sigüenza, se sentó al lado de Jules. Desde dentro de la chaqueta sacó el libro. Lo había recuperado. Le pidió que no le obligara a delatar al “bromista” que se lo había sustraído. Le contó que pensaban devolvérselo al terminar la mini gira. Que todo era un jocoso divertimento entre compañeros. Algo para hacer más llevaderos esos cansados viajes. El chico, pensando en no meterse en problemas y con el libro recuperado, tampoco quiso ir más allá. El objetivo estaba conseguido.
Y regresó a su casa con un fin obsesivo en la cabeza: conocer el físico de la voz de la que se estaba enamorando. Trazó el plan anterior, dejando la puerta abierta para escuchar cuando abría la puerta su rubia y delgada vecina. La ilusión, que le salía del pecho hacia afuera, se truncó por una llamada de teléfono. Su jefe estaba indignadísimo de que hubiera estado empleando el viejo método de escuchar a través de los micrófonos y espiando al resto de la banda. No era honesto y eso le había enrabietado. El chico le argumentó todo lo que había pasado con su libro y lo que éste significaba para él. Tenía que recuperarlo como fuera y los compañeros no habían sido justos con él. La discusión acabó con el despido de Jules y, como pago por los servicios prestados, le dijo que se quedara con el micrófono de cine. Y en paz.
Una sensación agridulce le recorrió el cuerpo al escuchar la cerradura de la puerta de su vecina. Corrió y se plantó delante de ella. Se quedó frente a su cara, inmóvil y mudo. Ella lo miró y, al verlo pálido, se asustó. Abrió la puerta de su casa y la cerró, dejando al chico fuera y petrificado. Él, sabiendo que lo había hecho fatal, se volvió a su casa. En su cabeza daban vueltas mil cosas entrelazándose en un caos vertiginoso. Por un lado, se había quedado sin trabajo y, por otro, ya conocía el cuerpo de la voz y no era como él pensaba. Pero lo que era peor, le había infringido un temor injustificado a la chica. Ella era una jovencísima y bella muchacha morena con un sobrepeso que le sentaba muy bien a sus facciones. Se enamoró a primera vista y se quedó mudo frente a ella. Eso fue lo que asustó a la joven. Pero, listo y decidido, se puso a pensar en qué podía hacer para reparar ese día tan aciago. Lo del trabajo, ya lo vería más adelante. Lo de su vecina era más prioritario. Tomó el libro, se fue a la puerta de la casa de ella y se puso a declamar uno de los poemas de Berbel, del libro que tenía en las manos.
Ella, echó un ojo por la mirilla y lo vio leyendo.
—¿Qué quieres de mí? —le preguntó, temerosa.
—Nada. Me conformaré con seguir escuchándote recitar estos bellos versos —contestó abatido, mientras se volvía a su casa.
Se sentó en el sillón, viendo su mundo hundirse. De pronto escucho la voz desde el otro lado del tabique. Era ella leyendo un poema del libro. Él se alegró de que, no siendo la hora de los recitales, ella estuviera haciéndolo. Interpretó que era una señal de acercamiento y le elevó los ánimos hasta límites que hacía mucho que no sentía.
Y así pasaron de hablarse por el tabique a conocerse en persona. A comentar juntos los poemas del Libro de Berbel. Ella le contó que era actriz y que estaba preparándose para una película en la que ella haría la voz en off de un chico que soñaba con escribir poemas que estuvieran a la altura de su maestra. Él le contó cómo la espiaba con el micrófono específico para rodajes de cine. Y así, comenzaron a grabar los ensayos para luego oírse e ir mejorando las técnicas vocales. Y, entre unas cosas y otras, fue surgiendo el amor entre ambos.
Cuando ya llevaban un mes de “amistad”, él no encontraba trabajo. Se planteó volverse a su casa, a petición de sus padres, que se enteraron de todo al no llegarles el dinero que todos los meses mandaba. Ella organizó para él una cena en un entorno íntimo, con velitas incluidas. Tenía que darle dos noticias. La primera: era que no hacía falta que se fuera con sus padres, que podrían compartir la casa los dos. Y la segunda era que él aportaría parte del alquiler y de la comida con el sueldo del trabajo que le había conseguido. Los productores habían accedido a que el chico empezara de técnico de pértiga a las órdenes del director de sonido de la película.
Y así fue como Jules acabó con el tiempo ganándose la vida en la industria del cine, enamorado de su trabajo y de su morenita.
[FIN]
Este Relato es el segundo de los que
formarán parte del libro:
RELATOS Y ¡ACCIÓN!
Durante este año… más noticias.
REVISTAS LITERARIAS Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN QUE LO HAN PUBLICADO:
– El Periódico de Canarias
– Globatium
– Norte Gran Canaria
– Telde Habla
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