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Arte y Cultura

COVID-19: A través de WhatsApp el Ministerio de Cultura difunde vídeo en 26 lenguas indígenas y variedades sobre importancia de vacuna

Limaaldia.pe

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Mediante servicio de mensajería, se intensifica entrega de información oficial a los ciudadanos indígenas para generar confianza ante la vacunación.

El Ministerio de Cultura informa que viene difundiendo un vídeo en 26 lenguas indígenas y variedades lingüísticas sobre la importancia de la vacuna contra la COVID-19 a los ciudadanos indígenas a través del servicio de mensajería WhatsApp con la finalidad de generar confianza y aclarar la información falsa que se viene propalando.

El vídeo sobre la importancia de la vacuna contra la COVID-19 se difunde en las lenguas indígenas y variedades: achuar, aimara, asháninka, asheninka, awajún, bora, harakbut (Cusco), kakataibo, kukama-kukamiria, matsigenka (Cusco), nomatsigenga, ocaina, shawi, shipibo-konibo, ticuna, urarina, wampis, yagua, yanesha y quechua, en las variedades Áncash, Chanka, Cusco Collao, Wanka, kichwa de San Martín, kichwa del Napo y kichwa del Pastaza, las mismas que representan al 99.7%  del total de hablantes de lenguas indígenas en el país.

¿Serán seguras las vacunas? Si ya tuve Coronavirus ¿Tengo que vacunarme? ¿Debo seguir usando mascarillas después de vacunarme? Son algunas de las consultas que se absuelven en el vídeo con la finalidad de seguir fomentando que los ciudadanos indígenas accedan a ser vacunados contra la COVID-19 y así puedan contar con una mayor protección para ellos y sus familias en las localidades. Asimismo refuerza la importancia del uso de la mascarilla, el lavado de manos y evitar los lugares con mucha gente.

Los mensajes informativos que se muestran en el vídeo, trabajados con el MINSA, son difundidos por nuestros gestores interculturales, directamente en las campañas de sensibilización, de manera previa o en el marco de las jornadas de vacunación contra la COVID-19 a cargo de las DIRESA en las comunidades nativas, campesinas y localidades con presencia de población indígena y forman parte de la Estrategia Informativa en Lenguas Indígenas u Originarias sobre la importancia de la vacunación contra la COVID-19.

Conoce aquí el vídeo en 26 lenguas indígenas y variedades lingüísticas: https://www.youtube.com/playlist?list=PL76dOGeNJw80ZqAy0R18dK5ro85We4in4

Estrategia Informativa
En el marco de la Estrategia Informativa en Lenguas Indígenas u Originarias sobre la importancia de la vacunación contra la COVID-19 se viene enviando, desde el mes de mayo, aproximadamente 300 mil mensajes de texto y realizado 250 mil llamadas pregrabadas en 6 lenguas indígenas y 3 variedades de quechua a ciudadanos, líderes y lideresas de organizaciones indígenas y autoridades comunales, incentivando la vacunación y su importancia.

Desde el mes de junio, a través de Radio Nacional con sus 50 repetidoras en todo el país, se viene difundiendo diariamente 3 spots radiales y 2 microprogramas en 30 lenguas indígenas mientras que en TV Perú, se transmiten videos testimoniales de adultos mayores indígenas vacunados contra la COVID-19. Además, se han elaborado y distribuido afiches y más de 700 banderolas informativas en lenguas indígenas que detallan las medidas preventivas para frenar la propagación de la COVID-19.

Todos los materiales elaborados por el Ministerio de Cultura en las lenguas indígenas de cada región, también ha contado con el apoyo en difusión de aliados clave como organizaciones indígenas, asociaciones de sociedad civil e instituciones de la cooperación internacional. Estos se encuentran para descarga libre en el repositorio web https://juntasyjuntos.cultura.pe .

DATOS
•       Desde el mes de mayo a la fecha, tras la coordinación con las organizaciones indígenas representativas, los gestores concretaron el diálogo intercultural con los ciudadanos y autoridades comunales  de manera directa en 500 localidades con presencia de población indígena, en 50 distritos de 29 provincias, en las regiones de Amazonas, Apurímac, Ayacucho, Cusco, Huánuco, Junín, Lima, Pasco, Puno, Loreto, Madre de Dios, Loreto y Ucayali.



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Puntos suspensivos

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Tenía trece años cumplidos y una mente absolutamente lúcida que me permitía darme cuenta que esta mudanza no sería temporal, sino para siempre. Todos los días solía decirle a mamá que quería estudiar la universidad en Lima para que planificara mi mudanza en los próximos años, pero jamás imaginé que ello se adelantaría cinco años antes. Mis tíos afirmaban que lo hacían por mi bien, aunque si me quedé a vivir con ellos en la capital fue, prácticamente, por un chantaje.

Había terminado el primer año de secundaria y si bien hasta el sexto de primaria la única niña por la que sentía atracción era Luisa, el año siguiente las cosas cambiaron bastante. Continué estudiando inglés, japonés y portugués. Iba a practicar tenis los fines de semana y nadaba entre semana. El colegio lo llevaba con mucha calma, pues me había cambiado de institución educativa a una donde los docentes no eran tan exigentes como antes. En la segunda mitad del año, mientras culminaba mi primero de secundaria, decidí empezar a estudiar italiano en el centro de idiomas de la Universidad Nacional de Trujillo. El curso duraba dos horas los martes y jueves en la noche; empezaba a las siete y terminaba a las nueve. A cada clase llegaba temprano y esperaba en el primer nivel hasta el inicio del taller. A veces llevaba un libro para leer u otras veces solamente repasaba mi libro de italiano.

Fueron diversas las oportunidades en las que llegaba antes de clase y no era el único, de hecho, recuerdo que había una señora y dos jóvenes más que también tenían esa puntualidad. Uno de los jóvenes, que ya era universitario, un día decidió hablarme. A partir de ese momento, nos volvimos muy cercanos dentro del instituto. No sé si llegamos a ser amigos, pues nunca le confié nada muy personal, pero cada vez que nos veíamos antes de nuestras clases, conversábamos. Él no estudiaba italiano, sino inglés, así que el único momento para conversar era antes del taller. Al salir, bajaba las escaleras tan rápido como podía para tomar el bus a casa, pues en Trujillo el transporte público antes transitaba hasta las nueve de la noche como máximo.

Luego de un par de meses de estudiar italiano, dejé el curso y comencé a estudiar alemán. Me inscribí en otro instituto muy cercano al anterior. Dejé de ver por unas semanas a mi compañero del otro instituto con quien compartía algunos momentos de ocio antes de nuestras clases. Sin embargo, como habíamos intercambiado números, un día recibí su mensaje. Desde allí, nunca dejamos de hablar. Nuestros diálogos eran infinitos en el messenger de Windows Live. Nos volvimos a ver un par de veces más cuando vino a recogerme de mi curso de alemán, pero luego ello dejó de suceder. Él tenía dieciocho o diecinueve años; yo tenía doce. Admito que mi madurez era como la de algún joven que había acabado el colegio, pues con él conversaba de temas vinculados a la política local y nacional. Él sí estaba inmerso en ese contexto, ya que estudiaba una carrera de humanidades. Durante las pocas veces que nos vimos, nunca le dije nada y él tampoco lo hizo. Ello ocurriría meses después, y fue por llamadas y mensajes de texto.

El año terminó y llegó el verano. Ya era costumbre viajar a Lima a visitar a la hermana de mi madre, mi tía. En Lima ella vivía con su esposo y sus hijas, mis primas. Le pedí a mamá que me comprara un pasaje para la primera semana de febrero, pues era la semana de cumpleaños de una de mis primas. Quería darle una sorpresa. Estaba emocionado por salir un momento de Trujillo. Había sido un año ligeramente pesado, a pesar de que ya estaba en otro colegio. Es verdad que ya no había el bullying con el que conviví durante mis seis años de primaria en el Perpetuo Socorro. Pero igual aún tenía algunos fantasmas que me acompañaban. Mi madre compró ese boleto de viaje y sin siquiera saberlo ella ni yo, había comprado un boleto que nos separaría para siempre. No volvía a vivir más en Trujillo. Luego de dos años en casa de mis tíos mi madre llegó a vivir con nosotros por su cáncer en etapa final. Esa ni siquiera era una convivencia. Era una atmósfera rara a la que no quería mirar. Nunca regresé a mi ciudad natal porque mis tíos encontraron mis mensajes con mi ex compañero de idiomas de Trujillo. Los leyeron y consideraron que necesitaba terapia psicológica. Me prometieron no contarle nada a mamá si me quedaba a terminar el colegio en Lima. No tuve otra opción. Mi adolescencia, antes de empezar, ya estaba rota.

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Un cumpleaños, una denuncia y un robo en Pucallpa

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Siempre he detestado celebrar mi cumpleaños. Desconozco en qué momento de mi vida me convencí de que cumplir un año más no era motivo de celebración alguna. Pero estoy seguro que ello ocurrió en la primaria. Por ello, desde que acabé el colegio, siempre traté de pasar esos días en cualquier lugar menos en Lima. Naturalmente, al ser de Trujillo, solía viajar para allá. Allá solo tenía a mi familia, no había amigos, pues ellos estaban en Lima, la ciudad que me vio crecer. A Trujillo lo dejé cuando era niño, así que no tenía mayores lazos con nadie más que con mi familia materna.

El 2019, cuando ya estaba terminando octubre, al percatarme que faltaban menos de dos meses para mi cumpleaños, ni bien recibí mi sueldo fui directo a la página de vuelos para destinos en el interior del país. Quería comprar uno para diciembre. Sentía que lo mejor sería pasar mi cumpleaños, esta vez, no en Trujillo, sino en alguna otra ciudad que mi presupuesto me lo permita. Los destinos que se acoplaban al importe que tenía y que al mismo tiempo aún no había visitado fueron dos: Iquitos y Pucallpa. En ese instante, recordé que hace tiempo dos amigos de las mencionadas ciudades me habían ofrecido hospedaje. Antes de escribirles, entré a mi laptop para revisar algunos lugares turísticos, entre otros espacios que podría visitar una vez que llegue. Les mandé después un mensaje a ambos y a los pocos minutos, recibí una llamada de Hans, mi amigo de Pucallpa. Me preguntó cuándo llegaba para que me habilitara un espacio para dormir. Le volví a preguntar si hablaba en serio y sin dejarme terminar mi interrogante agregó que esperaba con mucha expectativa mi llegada.

Llegué el 10 de diciembre alrededor de las ocho de la noche a Pucallpa. Tomé un «motocarro», como los lugareños suelen llamar a las mototaxis en la zona, con dirección al centro de trabajo de Hans. Lo esperé en la recepción de la institución del estado donde trabajaba. A los minutos, apareció, nos estrechamos la mano y nos subimos a otro motocarro para ir a su casa. Hans vivía con su madre, su hermano, su cuñada y sus sobrinos. Eran una familia numerosa y bastante unida. De lunes a viernes, mientras Hans se iba a trabajar, yo me quedaba con su madre a apoyarla en la cocina y conversábamos todo lo que podíamos. La señora, pese a ser adulta mayor, lideraba su hogar de una forma admirable. Nunca dejaba de aconsejar a sus hijos, a pesar que por aquel momento, los dos ya eran mayores de treinta años.

El día que llegué, luego de dejar mi mochila y maleta en casa de Hans, él decidió llevarme cerca del lago. Allí estaban dos de sus amigos esperándonos. Tenían agua y cervezas. Preferí tomar agua al principio y aunque no soy alguien que tome y disfrute la cerveza, terminé aceptándoles la bebida, pues quería estar inmerso en su forma de diversión alrededor de tanta naturaleza. La laguna Yarinacocha estaba a escasos metros de nosotros, por ello, no podía permitirme no disfrutarla como se debía. Me tomé tres botellas grandes de cerveza, compartimos anécdotas y después, Hans me llevó a la plaza principal de la ciudad. Allí ingresamos los dos solos a un bar y compartimos otro momento más, pues hacía más de dos años que no nos veíamos. Hans era un joven muy divertido y con mucho carisma, por ello, siempre me sorprendía verlo a veces triste y apagado.

Durante una de las mañanas en las que la madre de Hans y yo nos quedamos en casa, la señora me confió un secreto de mi amigo: tenía una denuncia policial. Pero ¿de qué trataba la denuncia? Era algo grave. Lo estaban acusando de un delito donde se le sindicaba de haber vulnerado derechos humanos. La señora se quebró. Le di un abrazo y le prometí que ese tema no saldría en ningún momento del comedor donde estábamos los dos. Hans nunca me había comentado nada y tampoco tenía por qué hacerlo. Entendía también que su madre no era la persona idónea que debió haberme transmitido dicha información, sino él mismo. Traté de hablar sobre el tema con Hans a través de anécdotas o ejemplos para que él mismo me contara lo que había sucedido. Siempre fue esquivo.

Las semanas transcurrieron y yo decidí irme unos días a Masisea, pueblo ubicado a tres horas de Pucallpa. Para llegar allí debía cruzar el río Ucayali. Lo hice emocionado y con mucha expectativa. A mí regreso, Hans y yo salimos a bailar. No hubo tiempo para darle la confianza nuevamente de que podía contarme sobre su delicado caso. Tomamos tanto con sus amigos que al día siguiente regresamos a casa sin algunas pertenencias. Por suerte, había dejado mi celular en su casa, así que no me robaron el móvil. A Hans sí le robaron. No recordábamos qué había pasado exactamente. Luego de dormir más de doce horas, despertamos. le pregunté si haríamos alguna denuncia, pero me dijo que lo dejemos ahí. Hans prefería no ir a la comisaría.

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