Arte y Cultura
Ministra de Cultura: “Tenemos un compromiso ante la humanidad por Caral”
 
																								
												
												
											 
Titular del sector visitó la Ciudad Sagrada para conocer los problemas que afectan al patrimonio cultural.
En una de sus primeras actividades oficiales, la ministra de Cultura, Gisela Ortiz, visitó la Ciudad Sagrada de Caral, y sus sitios arqueológicos Chupacigarro, Áspero y Vichama, en el norte de Lima, con la finalidad de conocer los problemas que afectan la integridad del patrimonio cultural de esta zona del país.
La titular del sector Cultura recorrió la Ciudad Sagrada, la cual fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco, para comprobar el peligro que podría afectar a este sitio. Allí pudo dialogar con las autoridades y pobladores de la zona.
“Se debe hacer un compromiso de Estado para que, desde las diversas instancias, no solo valoremos lo que es nuestro patrimonio cultural, sino que también nos apropiemos del mismo para que todos y cada uno de nosotros, seamos sus defensores”, señaló la ministra durante su visita a Caral.
“Nuestro patrimonio forma parte de lo que somos y eso debemos reconocerlo, como ciudadanos y ciudadanas. Debemos cuidarlo, pues la responsabilidad que tenemos frente a este, es enorme. En el caso de Caral y Chankillo, además, esa responsabilidad frente a la humanidad”, enfatizó.
La ministra Ortiz destacó el respeto que se debe tener frente al patrimonio, además de la integridad de las personas, como la de la responsable de la puesta en valor y principal investigadora de Caral, Ruth Shady, quien inició las intervenciones en esta zona, en 1994, cuando era docente en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
“Las consecuencias que han tenido estas ocupaciones ilegales en la seguridad física de la Dra. Ruth Shady y la de su equipo, no las podemos seguir permitiendo. Vengo a darles el respaldo institucional y hacerles sentir que no están solos en esta problemática”, señaló.
La Ciudad Sagrada de Caral se ha visto afectada por ocupaciones ilegales. Sin embargo, el Ministerio de Cultura, ya cuenta con dos procesos judiciales con sentencias en la Corte Suprema, uno de reivindicación y el otro de desalojo. Han adquirido calidad de cosa juzgada desde el 2017 y desde esa fecha se encuentra en ejecución de sentencia para la desocupación de una familia ligada a “Irrigación El Rosario”. “Queremos insistir en que el derecho que todos tenemos como peruanos a una vivienda digna, no debe atropellar nuestro patrimonio histórico. Eso es algo que hay que entenderlo y hacerlo respetar», afirmó.
“Debemos respetar el marco legal existente y la decisión tomada por el Poder Judicial al respecto. Lo que se está agraviando es el patrimonio del Estado, de todos los peruanos”, señaló al respecto la ministra Ortiz.
Sin embargo, la titular de Cultura dijo que «no hemos venido a imponernos, sino a escuchar, pero dentro del marco de la legalidad. El objetivo de todo este esfuerzo no solo es conocer, sino dar una solución. Debemos tener límites y parámetros. Existe la necesidad de articularnos entre las entidades del Estado para darle solución real a este problema”, añadió.
Durante su recorrido, la ministra estuvo acompañada por los congresistas Javier Padilla, vicepresidente de la Comisión de Cultura y Patrimonio Cultural y Edward Málaga, integrante de dicha comisión del Congreso. Así como de Luis Sosa, alcalde distrital de Supe y Ricardo Zender Sánchez, alcalde provincial de Barranca.
También participaron de la visita, el director general de Defensa del Patrimonio Cultural, Willman Ardiles; el procurador del ministerio, Henmer Alva Neyra y el jefe de campo del sitio arqueológico Vichama, arqueólogo Aldemar Crispín. El alcalde distrital de Supe Puerto, Óscar Morán, se unió a la comitiva en la visita realizada al sitio arqueológico Áspero.
Los congresistas Javier Padilla y Edward Málaga reconocieron la importancia de la visita de la ministra a esta zona del país.
La ministra también visitó el Sitio Arqueológico de Áspero, un centro urbano perteneciente a la Civilización Caral, con 5000 años de antigüedad, que se ubica a la altura del kilómetro 191 de la Panamericana Norte, en el distrito de Supe Puerto, así como el Sitio Arqueológico Vichama, ubicado a la margen derecha del río Huaura en el distrito de Végueta, provincia de Huaura.
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Pelusa
 
														Pelusa llegó a mi vida de casualidad. Tenía apenas un mes de nacida cuando un día, de pronto, obligué a mi madre a ingresar a una tienda de mascotas mientras caminábamos rumbo a casa. No recuerdo el nombre de la tienda, pero era muy conocida en aquella época en el Centro Histórico de Trujillo. La tienda ofrecía todo tipo de productos para mascotas y era de las más visitadas en la ciudad. Con mamá, me sentía muy seguro de que ese día se cumpliría mi sueño: tener mi primer perro. Y así fue. Esa mañana, mamá separó con cincuenta soles a un Chow Chow hembra de la que me había enamorado perdidamente. Me impactó su pelaje, su peso y su mirada. Era imposible que no me gustara, pues entre todos los cachorros, ella era la que tenía más energía. Nadie se despegaba de su jaula, pues su lengua morada nos dejaba anonadados. Pero ella ya tenía dueño y ese era yo. Probablemente, ella no lo sabía, pero yo sí y estaba muy contento por ello. Ese día, llegué a casa absolutamente feliz, aunque no del todo satisfecho porque mi plan aún estaba a la mitad. Había conseguido que mamá separara a la cachorra con una inicial, pero no la habíamos llevado a casa del todo todavía.
Ese mismo día, por la tarde, hice una de las actividades más atípicas en mi vida: llamar a papá. Le dije que tenía ganas de verlo, que quería salir. Él asintió rápidamente. Lo que tal vez nunca imaginó fue que lo llevaría a la tienda de mascotas donde la cachorra Chow Chow nos estaba esperando. Ni bien llegamos al comercio, no me despegué de la jaula donde estaba la cachorra. Había que pagar el diferencial. Ya se había pagado cincuenta soles, solo faltaban ciento cincuenta. Papá hizo el pago y por fin, la tranquilidad volvió a mi cuerpo. Oficialmente, tenía a mi primera mascota. Papá pidió el taxi y nos fuimos directo a casa. Llegamos, le agradecí nuevamente y me despedí. La pocas veces que me había visto con papá siempre me dejaba en la puerta y ese día no fue la excepción. Se fue y yo ingresé con mi nueva adquisición en brazos plenamente feliz. A los minutos, decidí darle un nombre. Se llamaría Pelusa. Le puse así porque su cuerpo estaba conformado por pelusas, básicamente. Pelusa era la nueva integrante de la familia.
Su vida no fue fácil. Si bien tuvo las mejores atenciones durante sus primeros años, luego las cosas cambiaron. Continuó comiendo comida casera y croquetas de calidad, pero yo ya no estaba con ella. Mudarme a Lima nos separó radicalmente. Nuestro vínculo se perdió. No sé si me extrañaba, pero yo sí, aunque no me gustaba mostrarlo. Aquí mis días se volvieron solitarios y nunca más regresé a tener una mascota hasta hace cuatro años. La vida volvió a cruzarme con un perro el 2021. Charlie, de raza Jack Russell, aterrizó en octubre de 2021 en mi vida y se convirtió en mi mejor amigo de forma completa hace un par de años. Pelusa falleció dos años después de que me mudé a Lima. Me enteré que mi tía «la hizo descansar» por su estado de salud. Nunca quiso ahondar en el tema. Me pareció correcto, yo aún estaba en la secundaria y no era lo suficientemente solvente como para haber pedido que se respetara alguna decisión que habría podido tomar desde Lima.
Con Pelusa compartí los últimos años de mi infancia. Ella estuvo en ese intervalo: entre mi niñez y el inicio de mi adolescencia. ¿Cómo olvidarla? Nuestras salidas al parque, sus baños en el techo de la casa, nuestros juegos permanentes durante el día, siempre van a perdurar en mis más íntimos recuerdos. Y claramente, hoy que soy un adulto, soy plenamente consciente de lo que implica la tenencia de una mascota. Con Charlie no hay vacuna que me olvide o fecha en la que debamos ir a su control veterinario y no esté puntual. Las cosas han cambiado y me alegra. Charlie, quizás, a veces pienso, podría ser Pelusa reencarnada. Jamás lo sabré, pero hoy día sigo dando todo por él. Hasta pronto, Pelusa. Bienvenido, Charlie.
Arte y Cultura
Tresor
 
														Era octubre de 2022, estaba en Berlín y quería ir a un club de techno a bailar un rato. A pesar de no disfrutar ese subgénero de la música electrónica, quería tener la experiencia de estar en un club undeground. Y no era para la foto del recuerdo, pues, de hecho, luego de las dos veces que fui nunca compartí ningún contenido en redes sobre esa experiencia. La única razón por la que quería ir era por curiosidad. Y claro, no quería ir solo.
Unos días antes había conocido en el Museo de Pérgamo a Max, un joven estadounidense radicado en Nueva York, que esos días se encontraba realizando turismo en Berlín. Él era actor y se encontraba de vacaciones. Habíamos intercambiado números y ni bien volvimos a conversar, me propuso ir a un club. Como en la capital alemana, el mayor número de clubs son de techno, no hizo falta preguntar qué tipo de establecimiento era. Estaba emocionado.
Llegó el sábado y era el día en el que Max y yo nos veríamos para salir a bailar. Me preguntó si ya estaba listo y le respondí que sí. Me pidió que le enviara una foto de la ropa que usaría. Me pareció algo extraño su pedido, pero lo hice. Luego de un par de minutos me dijo que cambie mi ropa y use algo más oscuro. Lo llamé porque no entendía y me dijo que si no usaba ropa negra, sería difícil que me permitieran el ingreso. Tenía un polo negro y zapatillas marrones. No tenía pantalón de ese color, pero sí un short. Me cambié y salí rápido con dirección al club.
El lugar estaba a un par de cuadras del departamento donde me estaba hospedando. Ya tenía el visto bueno de Max, así que no lo volví a llamar hasta que llegué a la puerta. Había una fila de alrededor de veinte personas. Miré con detenimiento los rostros de cada una de ellas y ninguno coincidía con el de Max. Mi celular empezó a vibrar. Revisé el Whatsapp y era Max. Él ya estaba adentro. Me envió la lista de los DJs que tocaban aquella noche y me dijo que me lo memorizara. Me advirtió que podía preguntarme el señor de seguridad alguna información sobre el evento de ese día y era mejor que estuviera informado.
Yo no hablaba nada de alemán. Admito que mi inglés es bueno, pero definitivamente, no es perfecto. En la fila estaba solo mirando la pantalla de mi teléfono mientras veía que la seguridad hacía pasar a la mayoría. Vi que a un par de chicos no los hicieron pasar, me asustó terminar así, pero continué en silencio. Llegó mi turno, el señor de seguridad me habló fuerte para preguntarme si era mi primera vez en Tresor. Asentí. No me había preguntado nada más, pero fiel a mi forma de ser, le dije a quiénes venía a ver ese día. Ni siquiera me prestó atención, solo me hizo pasar.
«Son diez euros, solo cash», me dijo una de las señoritas en el ingreso. Esa era otra de las cosas que me había advertido también Max. Me había explicado con claridad que solo aceptaban efectivo. Max, pese a que era su primera vez en Alemania y Europa en general, estaba lo suficientemente informado sobre las dinámicas del país germánico. Pagué, le pusieron un sticker a mi teléfono en la parte de la cámara y me dejaron entrar. Había un aviso que especificaba que estaban prohibidas las fotos y videos en el interior.
Lo primero que me encontré en el club, casi en la entrada, fue una mesa en la que vendían desodorantes. Después estaba el guardarropa y, finalmente, la barra. Yo seguía con mi teléfono pendiente de cualquier mensaje de Max. Ya le había comunicado que estaba dentro, pero no respondía. Estaba en el medio del pasillo, antes de entrar a uno de los ambientes donde la música explotaba, cuando una chica semidesnuda se cruza delante de mí. La noche en Tresor recién empezaba.
Estuve cerca de tres horas rodeado de techno en una sala oscura. Había cuerpos de todo tipo a mi alrededor. La mayoría de ellos sin polo, debido al calor excesivo que había. Por mi parte, miraba con atención al público. En realidad, trataba de verlo, pues la atmósfera me impedía hacerlo debido a que la luz era prácticamente nula. A los DJs nunca los vi, estaban en la parte de adelante y yo estaba casi en la puerta de la salida.
A Max lo encontré casi cuando la fiesta iba a culminar. Había estado con otras personas divirtiéndose y eso no significaba necesariamente que había estado bailando. Max estaba feliz, yo estaba satisfecho. Salimos juntos. A la salida, un grupo de chicos quiso tomarse una foto a escasos metros del club, la seguridad no lo permitió. Max y yo nos despedimos y quedamos en seguir recorriendo la ciudad al día siguiente. La noche en Tresor había culminado.
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