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Arte y Cultura

Hamburgo en el jirón Camaná

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El último sábado, el Centro de Lima fue sede de una fiesta bastante atípica y de las pocas a las que he asistido y disfrutado mucho. Nick, un joven DJ que se abre paso en esta carrera en Hamburgo, llegó a Lima para tocar en Baalsaal, el primer club alemán de techno que aperturó el 2024 en el Jirón Camaná. La cita fue para el sábado a las diez de la noche, sin embargo la fiesta comenzó a la medianoche.

Claudia, más conocida como CALA en la escena electrónica limeña, abrió la noche con un set de dos horas y media. No hubo interacción con el público de su parte, pero sí mucha energía en cada canción que tocaba. Llegó con un outfit bastante modesto y con una sonrisa que a primera vista enamoró a todos los asistentes que no se despegaron de su performance. Luego de ella, continuó otro talento local. La segunda DJ lucía un poco más seria, pero ello no fue excusa para que el público no conectara con su set. Todo lo contrario, la gente bailó de inicio a fin las casi dos horas que estuvo en la consola.

Mientras ambas chicas estuvieron tocando, por mi parte, no dejaba de conversar con un amigo que no veía hace cuatro meses, antes de mi viaje a Berlín. Había llegado algo temprano, pero para ese momento, ambos estábamos bastante satisfechos con el espectáculo. Nick, por su parte, estaba fumando en la puerta principal. Salí un rato para acompañarlo y me encontré en el ingreso justo con dos conocidos que había invitado. Los registré y continué conversando con Nick. Él estaba emocionado de tocar por primera vez en Lima, pero más contento de hacerlo en el local que él consideraba su casa.

Nick llegó a Baalsaal con sede en Hamburgo hace casi tres años. Pese a su juventud, nunca titubeó respecto a lo que quería dedicarse: DJ y productor musical. Solía ir a Baalsaal en Alemania con sus amigos cada fin de semana. Un día, el club se quedó sin un DJ por una cancelación de último minuto. Nick recibió una llamada. Era el dueño del club que lo estaba solicitando para que toque esa noche: debía estar en el club en cuatro horas. No tenía mucho tiempo, pero ya tenía una lista de canciones que formaban parte de su repertorio. Nick aceptó y debutó en el club. No fue su mejor noche, la gente no lo acompañó como él esperaba, no obstante fue el inicio de esta travesía que había estado esperando por mucho tiempo.

Continuó trabajando arduamente hasta que, varios meses después, luego de haberse presentado en locales llenos del club, lo invitaron a ser parte de la residencia de DJs de Baalsaal. Desde ese día, no ha parado. Su amor por el hard techno, el trance, el proggy, entre otros subgéneros de la música electrónica que le apasionan lo han llevado a convertirse en una promesa local del rubro en su ciudad natal. Por ello, esta primera gira que lo trajo a Perú, sin duda, iba a ser muy significativa.

Nick apagó el cigarro y entró a cambiarse. El reloj le daba solo diez minutos para que subiera al escenario. Con esa firmeza que lo caracteriza, alzó los brazos, se puso los auriculares y abrió su set con un tema del reconocido productor francés I Hate Models. En ese momento, me encontraba en el baño, pero ni bien escuché que arrancó me puse en la fila de todos los asistentes que también se disponían a salir de los servicios higiénicos con dirección a la pista de baile.

Aquella noche, el local reventó. Era difícil caminar en su interior como otros fines de semana. Había grupos de jóvenes bailando por un lado, por otro había jóvenes sin polo. Todos mirando como Nick tocaba y saltaba delante de ellos. Resultaba imposible no contagiarse de la energía de Nick. Tocaba, cantaba y saltaba. El momento cumbre llegó cuando tocó la versión speed up del remix Toro, cuyo autor también era I Hate Models. Al DJ francés había tenido oportunidad de verlo hace unas semanas en Lima y debo confesar que Nick me hizo recordar mucho a él no solo por haber puesto un par de sus canciones, sino por la forma en que interactuaba con el público.

Un set de más de tres horas terminó con Nick un poco cansado. No podía derrumbarse, pues en unas horas tenía un vuelo: viajaba a Cuzco. Los asistentes habían disfrutado toda la tocada de inicio a fin. Al otro día, en el video promocional que hice junto a Nick para redes sociales comenzó a recibir comentarios sobre lo que fue su show. El reto había sido cumplido y superado. Nick había hecho vibrar el Jirón Camaná.

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Ingreso frustrado

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A Sebastián lo conocí por intermedio de Sofia. Me lo presentó el 2021, debió haber sido a fines de ese año o tal vez un poco antes. Él es comunicador y desde que lo conocí, siempre ha trabajado para una productora que realiza diferentes conciertos en Lima. De hecho, anteriormente, me invitó dos veces a diferentes shows. El 2021 y el 2022, por ejemplo, recuerdo que él me apoyaba con los contactos de distintos artistas emergentes para que se presentaran en la cafetería que durante esa época yo administraba. Por aquel entonces, Sofia tenía una cafetería en Magdalena del Mar, local que dejó a mi cargo. A ambos, como nos apasiona el arte y la música, decidimos incorporar actividades que permitieran a nuestros clientes disfrutar de distintos talentos locales de forma gratuita cada vez que estuvieran con nosotros. Sebastián nos apoyó en ese camino.

La cafetería continuó con ese tipo de eventos hasta mayo de 2023, luego, me retiré del local y luego de unos meses, me enteré que había cerrado. Dejé de ver a Sebastián hasta que un día nos encontramos en Jesús María. Me contó que había terminado con su novia anterior y estaba saliendo con una nueva chica. Ese día lo pasamos juntos desde la tarde hasta la noche. Lo acompañé a su nuevo departamento, me mostró los ambientes y después, me preguntó si podía acompañarlo a comprar algunas plantas en Acho. Accedí y nos fuimos en taxi directo al mercado mayorista. Regresamos a casa cerca de las diez de la noche, me despedí y quedamos en vernos pronto. Sebastián me había mostrado su tocadiscos junto a sus vinilos, así que habíamos quedado en que llevaría los míos para probarlos.

Nos volvimos a encontrar hace un mes aproximadamente. La madre de Sofia, una persona muy importante en mi vida, partió. Ella se quedó en Hamburgo, Alemania, pero en Lima le organizamos una misa por el mes de su partida. Sebastián nos acompañó en la iglesia y en la reunión familiar posterior. Se fue después de tres horas, cerca de las once de la noche. Y recién hace una semana le volví a escribir. Iba a llegar a Lima una banda que sigo y quiero mucho. Confieso que no soy un fanático pleno de la agrupación musical, pero al mismo tiempo admito que la música que tienen me hace feliz y tenía muchas ganas de conocerlos en vivo. El último marzo esta agrupación se presentó en un festival colombiano en Bogotá, donde estuve, sin embargo, como se presentaban varios artistas en distintos escenarios al mismo tiempo, no pude verlos en vivo.

Ni bien me enteré que la empresa donde trabaja Sebastián estaba haciendo posible que esta agrupación musical llegara a Lima, le escribí a preguntarle si podía asistir. Me respondió afirmativamente. Llegó el día en que el concierto se llevaría a cabo y me respondió pidiéndome mi nombre completo más el número de mi DNI. Supuse que con esa información era evidente que ya estaba en lista y apenas llegué al espacio donde el evento se estaba desarrollando le envié una foto para agradecerle por haberme incluido en su lista de invitados. Grande fue mi sorpresa cuando me dijo que su lista ya se había cerrado. «¿Por qué no me avisó antes?», me pregunté. Ya no le insistí, pues tampoco quería quedar como alguien irrespetuoso o algo similar. Había programado no solo mi día, sino que además había organizado donde dejaría mi bicicleta para estar tranquilo en el show y luego poder recogerla. Justo había quedado con un amigo para que me prestara su estacionamiento, pues vivía a una cuadra del evento. Nada se llevó a cabo. Llegué a la puerta del concierto y me retiré. No había forma de ingresar, las cosas ya estaban hechas.

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Mi café favorito

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El año pasado descubrí una cafetería en la histórica galería San Agustín ubicada en pleno Centro de Lima. Amanqae es su nombre y se caracteriza no solo por vender café de especialidad, sino además una variada carta de cócteles con café. El lugar es muy colorido desde su ingreso y tiene una serie de cuadros a su alrededor. Conocí el lugar por mi hermana y desde aquel momento, he regresado cada vez que he podido.

El último verano, llegó a Lima un amigo de Alemania y opté por llevarlo a esa cafetería. A él le encantó el lugar. Si bien ninguno de los trabajadores hablaba un idioma extranjero como sí sucede en las otras cafeterías contiguas, ello no obstaculizó la experiencia que mi amigo se llevó del espacio. Amanqae nos seguía enamorando.

Entre mayo y junio de este año, volví a la cafetería con mi hermana y mi tía. Nos divertimos, probamos distintos cafés y pedimos nuestro cóctel favorito: algarrobina. La estadía fue agradable. Hace un mes aproximadamente, regresé nuevamente. Esta vez, fue junto a otro amigo alemán. Había venido a Lima desde Hamburgo solo por tres semanas y media. Probamos distintos cafés también, sin embargo, lo divertido fue cuando la mesera que nos atendió se retiró de nuestra mesa. A mi amigo le había parecido bastante simpática, pero lo dijo en voz alta hablando en inglés. Ambos suponíamos que nadie nos entendía. Luego de unos minutos, la chica regresó a vernos y al preguntarle si hablaba inglés, nos respondió en el idioma. Acabábamos de pasar uno de los momentos más incómodos del día. No solo porque mi amigo la había elogiado, sino porque también me había contado en voz alta las razones por las que otra de las meseras no era tan bonita para él. Mi amigo estaba sonrojado y yo, no paraba de reír.

Así han sido normalmente mis experiencias en Amanqae con excepción de lo sucedido el último fin de semana. Quedé con tres amigos para vernos allí, pero al final, solo llegó uno de ellos. Hoy pienso que fue lo mejor. Ni bien ingresamos al local, nos avisaron que ese día no estaban vendiendo nada de cócteles, pues el bartender no había ido a trabajar. Antes de frustrarme y cambiar los planes de esa noche, volví a preguntar y nos respondieron que pueden prepararnos solo cócteles con café. Me pareció una mejor idea y nos quedamos. La noche estuvo tranquila, salvo porque uno de los focos internos que estaba precisamente frente a nuestra mesa se apagó ni bien nos sentamos. Me pareció gracioso. Al final solo pedimos un chilcano de café, pues al pedir una algarrobina, ya habían cerrado la barra. Pedí que nos avisaran, pero lo hicieron sin avisarnos: todo mal. Al final, nos regalaron un descuento simbólico para una próxima visita. Trataré de volver.

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