Connect with us

Arte y Cultura

Memorias de mamá

Published

on

Ha transcurrido más de una década desde que mamá se fue y si bien al principio no hacía falta, hoy sí lo hace. Aunque lo que algunas personas dicen también es verdad: «Uno se acostumbra, uno aprende a convivir con el dolor». En mi caso, debo confesar que es cierto, me llegué a acostumbrar a que ya no esté, a que no forme parte de mi día a día. No me fue tan difícil. Y eso no significa que no la extrañe, sino, eso significa que aprendí a asimilar una ausencia que será irreemplazable en mi vida.

Los últimos años no fueron fáciles. No había semana en que ambos no fuéramos al colegio. Usábamos el término colegio para referirnos al hospital. Íbamos todas las semanas y en algunas ocasiones, todos los días. Había que levantarse temprano para llegar y poder alcanzar un cupo para una cita médica. Siempre nos iba bien. Una de sus hermanas, mi tía, era la primera en despertarse y salir de la casa para poder hacer la fila en el hospital. Luego despertaba mamá y finalmente, yo.

En aquella época, mi tía nos estaba hospedando en su casa en Villa El Salvador. Nuestras rutas eran las mismas todos los días. Salir de casa, caminar media cuadra, tomar una mototaxi, luego caminar una cuadra más y después, subir al tren. Cuando no tomábamos mototaxi, debíamos ir en combi. En ese caso, debíamos caminar desde casa tres largas cuadras. Siempre lo logramos. La hora de despertarse era a las cuatro y treinta de la mañana. Cuando yo terminaba de alistarme, mamá ya tenía el desayuno listo. Lo llevábamos en una botella y en un táper para que podamos tomarlo en el transporte público. Y si sabíamos que sería un día largo, llevábamos también el almuerzo.

En el hospital, la atmósfera era distinta. Veíamos pacientes desde que estábamos en la calle. Había todo tipo de personas: los sin hogar, los que se quedaban en albergues cercanos y quienes, como nosotros, venían también de la periferia de Lima. Había una hora de ingreso que era a las seis de la mañana, por ello, si llegábamos antes, debíamos esperar tras las rejas de la puerta principal de forma ordenada. A veces, si no habíamos logrado tomar desayuno en el vagón del tren por alguna razón, ese era el momento preciso para hacerlo.

Cada vez que necesitábamos una medicina y el seguro de salud estatal no lo cubría, recurríamos al grupo de voluntarias del hospital. Ese grupo estaba conformado por señoras adultas de clase media alta que tenían un stand dentro del hospital y brindaban medicinas a los pacientes de forma gratuita previa receta. ALINEN es su nombre y cuando íbamos con mamá al hospital, la organización sin fines de lucro estaba conformada por alrededor de setecientas voluntarias. Ellas, además, se encargaban de administrar el quiosco del hospital. Las ganancias del negocio servían para los pacientes, para cubrir sus medicinas, entre otros materiales de limpieza, etc. El compromiso con el que trabajaban las damas voluntarias en jornadas completas de ocho horas era realmente admirable.

Mamá prefería tomar sus quimioterapias en la noche. Ella decía que le resultaba mejor quedarse a dormir porque así durante el día podía desarrollar sus actividades y trabajar. Siempre le gustaba estar en movimiento, no era una persona sedentaria. Mamá tenía mucha energía y lo dejaba notar cada vez que salíamos los fines de semana a diferentes espacios públicos de Lima. Recuerdo que una vez de casualidad nos cruzamos con el alcalde miraflorino Jorge Muñoz y, en otra oportunidad, con Ollanta Humala y Nadine Heredia. Este último episodio fue bastante divertido. Estábamos caminando por la avenida Arequipa cuando, de pronto, mamá necesitaba ir a los servicios higiénicos. Hicimos lo de siempre: preguntar dónde quedaba un grifo o, tal vez, un restaurante. Era domingo y no encontrábamos nada cerca. Lo único era el Partido Nacionalista. Nos dejaron pasar y cuando ya nos íbamos a retirar, nos cruzamos con los personajes que en pocos meses iban a tomar el poder.

Ese día regresamos muy contentos a casa. No fue porque éramos simpatizantes de Humala o algo similar, sino porque juntos habíamos compartido un momento memorable y, claro, Humala era un personaje público y lo habíamos conocido en persona. Estaba en aquel entonces en segundo o tercer grado de secundaria y ya tenía nociones claras sobre la política nacional. Mamá se alegraba por ello y le gustaba que escribiera y comentara sobre coyuntura. Sin duda, son los mejores recuerdos de mamá que ya no volverán. A veces la sueño, pero es insuficiente. Otras veces pienso sobre qué sería de nosotros si continuara en el mundo terrenal. Al final, mis ideas se evaporan porque sé que jamás se cumplirán.

Continue Reading
Comments

Arte y Cultura

Ingreso frustrado

Published

on

A Sebastián lo conocí por intermedio de Sofia. Me lo presentó el 2021, debió haber sido a fines de ese año o tal vez un poco antes. Él es comunicador y desde que lo conocí, siempre ha trabajado para una productora que realiza diferentes conciertos en Lima. De hecho, anteriormente, me invitó dos veces a diferentes shows. El 2021 y el 2022, por ejemplo, recuerdo que él me apoyaba con los contactos de distintos artistas emergentes para que se presentaran en la cafetería que durante esa época yo administraba. Por aquel entonces, Sofia tenía una cafetería en Magdalena del Mar, local que dejó a mi cargo. A ambos, como nos apasiona el arte y la música, decidimos incorporar actividades que permitieran a nuestros clientes disfrutar de distintos talentos locales de forma gratuita cada vez que estuvieran con nosotros. Sebastián nos apoyó en ese camino.

La cafetería continuó con ese tipo de eventos hasta mayo de 2023, luego, me retiré del local y luego de unos meses, me enteré que había cerrado. Dejé de ver a Sebastián hasta que un día nos encontramos en Jesús María. Me contó que había terminado con su novia anterior y estaba saliendo con una nueva chica. Ese día lo pasamos juntos desde la tarde hasta la noche. Lo acompañé a su nuevo departamento, me mostró los ambientes y después, me preguntó si podía acompañarlo a comprar algunas plantas en Acho. Accedí y nos fuimos en taxi directo al mercado mayorista. Regresamos a casa cerca de las diez de la noche, me despedí y quedamos en vernos pronto. Sebastián me había mostrado su tocadiscos junto a sus vinilos, así que habíamos quedado en que llevaría los míos para probarlos.

Nos volvimos a encontrar hace un mes aproximadamente. La madre de Sofia, una persona muy importante en mi vida, partió. Ella se quedó en Hamburgo, Alemania, pero en Lima le organizamos una misa por el mes de su partida. Sebastián nos acompañó en la iglesia y en la reunión familiar posterior. Se fue después de tres horas, cerca de las once de la noche. Y recién hace una semana le volví a escribir. Iba a llegar a Lima una banda que sigo y quiero mucho. Confieso que no soy un fanático pleno de la agrupación musical, pero al mismo tiempo admito que la música que tienen me hace feliz y tenía muchas ganas de conocerlos en vivo. El último marzo esta agrupación se presentó en un festival colombiano en Bogotá, donde estuve, sin embargo, como se presentaban varios artistas en distintos escenarios al mismo tiempo, no pude verlos en vivo.

Ni bien me enteré que la empresa donde trabaja Sebastián estaba haciendo posible que esta agrupación musical llegara a Lima, le escribí a preguntarle si podía asistir. Me respondió afirmativamente. Llegó el día en que el concierto se llevaría a cabo y me respondió pidiéndome mi nombre completo más el número de mi DNI. Supuse que con esa información era evidente que ya estaba en lista y apenas llegué al espacio donde el evento se estaba desarrollando le envié una foto para agradecerle por haberme incluido en su lista de invitados. Grande fue mi sorpresa cuando me dijo que su lista ya se había cerrado. «¿Por qué no me avisó antes?», me pregunté. Ya no le insistí, pues tampoco quería quedar como alguien irrespetuoso o algo similar. Había programado no solo mi día, sino que además había organizado donde dejaría mi bicicleta para estar tranquilo en el show y luego poder recogerla. Justo había quedado con un amigo para que me prestara su estacionamiento, pues vivía a una cuadra del evento. Nada se llevó a cabo. Llegué a la puerta del concierto y me retiré. No había forma de ingresar, las cosas ya estaban hechas.

Continue Reading

Arte y Cultura

Mi café favorito

Published

on

El año pasado descubrí una cafetería en la histórica galería San Agustín ubicada en pleno Centro de Lima. Amanqae es su nombre y se caracteriza no solo por vender café de especialidad, sino además una variada carta de cócteles con café. El lugar es muy colorido desde su ingreso y tiene una serie de cuadros a su alrededor. Conocí el lugar por mi hermana y desde aquel momento, he regresado cada vez que he podido.

El último verano, llegó a Lima un amigo de Alemania y opté por llevarlo a esa cafetería. A él le encantó el lugar. Si bien ninguno de los trabajadores hablaba un idioma extranjero como sí sucede en las otras cafeterías contiguas, ello no obstaculizó la experiencia que mi amigo se llevó del espacio. Amanqae nos seguía enamorando.

Entre mayo y junio de este año, volví a la cafetería con mi hermana y mi tía. Nos divertimos, probamos distintos cafés y pedimos nuestro cóctel favorito: algarrobina. La estadía fue agradable. Hace un mes aproximadamente, regresé nuevamente. Esta vez, fue junto a otro amigo alemán. Había venido a Lima desde Hamburgo solo por tres semanas y media. Probamos distintos cafés también, sin embargo, lo divertido fue cuando la mesera que nos atendió se retiró de nuestra mesa. A mi amigo le había parecido bastante simpática, pero lo dijo en voz alta hablando en inglés. Ambos suponíamos que nadie nos entendía. Luego de unos minutos, la chica regresó a vernos y al preguntarle si hablaba inglés, nos respondió en el idioma. Acabábamos de pasar uno de los momentos más incómodos del día. No solo porque mi amigo la había elogiado, sino porque también me había contado en voz alta las razones por las que otra de las meseras no era tan bonita para él. Mi amigo estaba sonrojado y yo, no paraba de reír.

Así han sido normalmente mis experiencias en Amanqae con excepción de lo sucedido el último fin de semana. Quedé con tres amigos para vernos allí, pero al final, solo llegó uno de ellos. Hoy pienso que fue lo mejor. Ni bien ingresamos al local, nos avisaron que ese día no estaban vendiendo nada de cócteles, pues el bartender no había ido a trabajar. Antes de frustrarme y cambiar los planes de esa noche, volví a preguntar y nos respondieron que pueden prepararnos solo cócteles con café. Me pareció una mejor idea y nos quedamos. La noche estuvo tranquila, salvo porque uno de los focos internos que estaba precisamente frente a nuestra mesa se apagó ni bien nos sentamos. Me pareció gracioso. Al final solo pedimos un chilcano de café, pues al pedir una algarrobina, ya habían cerrado la barra. Pedí que nos avisaran, pero lo hicieron sin avisarnos: todo mal. Al final, nos regalaron un descuento simbólico para una próxima visita. Trataré de volver.

Continue Reading

Trending

Copyright © 2014 - 2023 Limaaldia.pe Es operado por CC Multimedios. | Todos los titulares mostrados en esta página son leídos desde los RSS de los respectivos medios. Limaaldia.pe no tiene responsabilidad por el contenido de dichos titulares, solo se limita a mostrarlos. Si su medio no desea que sus RSS sean publicados en este portal, escríbanos a [email protected]