Arte y Cultura
Crónica de un pre party y una vacancia
El jueves 9 de octubre, el Perú amaneció con los votos listos para vacar a Dina Boluarte. La señora, pese a que se aferraba a su cargo, conforme transcurrían las horas iba percatándose que ya nadie la quería, ni siquiera los congresistas que la habían blindado anteriormente. Mientras manejaba bicicleta por la avenida Javier Prado, iba escuchando las noticias en altavoz: Renovación Popular mediante la parlamentaria Norma Yarrow acababan de hacer pública la presentación de una moción de vacancia contra la presidenta. Apagué la radio para manejar más rápido y puse mi playlist de siempre en Apple Music.
Nick, un amigo que había llegado hace unas semanas al Perú, me esperaba en el departamento donde se estaba alojando para comenzar nuestra ruta aún incierta. Olvidé por un rato la coyuntura política y ni bien llegué al edificio, le propuse algunas opciones para salir: Barranco, Miraflores o el Centro de Lima. Al final elegimos la última opción porque nos parecía más interesante, pero también debido a que tenía el anhelo personal de que visite las catacumbas en el museo del Convento de San Francisco.
Pedimos un taxi por aplicativo y nos dirigimos a la Plaza de Armas. La plaza estaba cerrada. «¿Qué está ocurriendo?», le pregunté a un periodista mientras sacaba el micrófono del medio de comunicación donde trabajaba. «Hay una reunión importante en Palacio», me respondió. Ese día quería que Nick se tomara algunas fotografías en nuestra plaza principal, pero no fue posible. Caminamos por el borde del recinto y lo llevé a la Alameda Chabuca Granda. Allí comió un helado e inmediatamente después fuimos a almorzar. Gastamos veinte soles entre los dos: cada almuerzo costó diez soles y para ser sincero, estuvo mucho mejor que otros que he probado a mayor precio cerca a mi casa en Lince. Nick quedó sorprendido por el precio y satisfecho.
El Parque de la Muralla fue el siguiente lugar en la lista. Visitamos la minigranja y el cactáreo rápidamente, Nick hizo algunos videos para su blog y nos retiramos. Teníamos otro lugar pendiente: la Casa de la Literatura. Quedé sorprendido y feliz al ver que a Nick le encantó uno de los ambientes del lugar: el espacio de lectura. Le tomó fotos y me hizo grabarle un video. A mí, particularmente, me agradaron todos las habitaciones, sobre todo, las vinculadas a explicar la evolución del analfabetismo a la escritura. Aprovechamos el lugar para ir al baño antes de continuar nuestro recorrido y salimos cuando el sol ya no estaba en su punto más alto.
A inicios de nuestro recorrido, le había prometido a Nick llevarlo a uno de los bares más icónicos del Centro de Lima: el Queirolo. Al salir de la Casa de la Literatura me consultó si iríamos de todos modos, así que cambié nuestra ruta para pasar por el famoso bar. Caminamos todo el Jirón de la Unión, entramos al Plaza Vea ubicado en un sótano antiguo, fuimos a un sex shop y finalmente, llegamos al Queirolo. Ni bien me entregaron la carta, sabíamos que no nos quedaríamos allí. Los rostros de personas de edad avanzada en las mesas y los televisores con las noticias en vivo de lo que sucedía alrededor de la posible vacancia a Dina Boluarte nos parecieron aburridos en ese momento. Queríamos algo más alegre, por ello, decidimos ir a Miraflores.
Nick nunca antes se había subido a un bus de transporte público, de hecho, no había usado ninguna modalidad de ese tipo de transporte. Le dije que íbamos al Hauptbahnhof y pensó que íbamos a una estación similar a la alemana. Cuando llegamos al Metropolitano, su rostro cambió. Todo el viaje fue un sufrimiento para él. La escasez de aire acondicionado en el interior de los buses del Metropolitano no dejó tranquilo a Nick todo el trayecto. Lo había llevado a nuestra estación central ubicada debajo Del Real Plaza del Centro Cívico. «Pensé que tomaríamos un tren», me dijo incómodo. Ya no teníamos otra opción más que seguir.
En Miraflores todo fue distinto. Ingresamos a uno de mis bares favoritos en la calle Bonilla: Barbarian. Tanto Nick como yo tomamos dos litros de chilcano en las instalaciones. Conversamos con una de las trabajadoras casi las dos horas completas mientras duró nuestra estadía y nos retiramos bastante motivados y con mucho alcohol en el cuerpo. El taxi nos llevó directo a Pueblo Libre. Teníamos una invitación de una amiga para ir a La Quinta Bolívar, pero terminamos en otro bar también ubicado en la plaza principal del distrito. Luego del primer vino, mi mente no recuerda mucho. Solo sé que cuando íbamos a retirarnos, Dina Boluarte ya no era presidenta. El Perú tenía un nuevo gobernante: José Jerí.
Arte y Cultura
Ingreso frustrado
A Sebastián lo conocí por intermedio de Sofia. Me lo presentó el 2021, debió haber sido a fines de ese año o tal vez un poco antes. Él es comunicador y desde que lo conocí, siempre ha trabajado para una productora que realiza diferentes conciertos en Lima. De hecho, anteriormente, me invitó dos veces a diferentes shows. El 2021 y el 2022, por ejemplo, recuerdo que él me apoyaba con los contactos de distintos artistas emergentes para que se presentaran en la cafetería que durante esa época yo administraba. Por aquel entonces, Sofia tenía una cafetería en Magdalena del Mar, local que dejó a mi cargo. A ambos, como nos apasiona el arte y la música, decidimos incorporar actividades que permitieran a nuestros clientes disfrutar de distintos talentos locales de forma gratuita cada vez que estuvieran con nosotros. Sebastián nos apoyó en ese camino.
La cafetería continuó con ese tipo de eventos hasta mayo de 2023, luego, me retiré del local y luego de unos meses, me enteré que había cerrado. Dejé de ver a Sebastián hasta que un día nos encontramos en Jesús María. Me contó que había terminado con su novia anterior y estaba saliendo con una nueva chica. Ese día lo pasamos juntos desde la tarde hasta la noche. Lo acompañé a su nuevo departamento, me mostró los ambientes y después, me preguntó si podía acompañarlo a comprar algunas plantas en Acho. Accedí y nos fuimos en taxi directo al mercado mayorista. Regresamos a casa cerca de las diez de la noche, me despedí y quedamos en vernos pronto. Sebastián me había mostrado su tocadiscos junto a sus vinilos, así que habíamos quedado en que llevaría los míos para probarlos.
Nos volvimos a encontrar hace un mes aproximadamente. La madre de Sofia, una persona muy importante en mi vida, partió. Ella se quedó en Hamburgo, Alemania, pero en Lima le organizamos una misa por el mes de su partida. Sebastián nos acompañó en la iglesia y en la reunión familiar posterior. Se fue después de tres horas, cerca de las once de la noche. Y recién hace una semana le volví a escribir. Iba a llegar a Lima una banda que sigo y quiero mucho. Confieso que no soy un fanático pleno de la agrupación musical, pero al mismo tiempo admito que la música que tienen me hace feliz y tenía muchas ganas de conocerlos en vivo. El último marzo esta agrupación se presentó en un festival colombiano en Bogotá, donde estuve, sin embargo, como se presentaban varios artistas en distintos escenarios al mismo tiempo, no pude verlos en vivo.
Ni bien me enteré que la empresa donde trabaja Sebastián estaba haciendo posible que esta agrupación musical llegara a Lima, le escribí a preguntarle si podía asistir. Me respondió afirmativamente. Llegó el día en que el concierto se llevaría a cabo y me respondió pidiéndome mi nombre completo más el número de mi DNI. Supuse que con esa información era evidente que ya estaba en lista y apenas llegué al espacio donde el evento se estaba desarrollando le envié una foto para agradecerle por haberme incluido en su lista de invitados. Grande fue mi sorpresa cuando me dijo que su lista ya se había cerrado. «¿Por qué no me avisó antes?», me pregunté. Ya no le insistí, pues tampoco quería quedar como alguien irrespetuoso o algo similar. Había programado no solo mi día, sino que además había organizado donde dejaría mi bicicleta para estar tranquilo en el show y luego poder recogerla. Justo había quedado con un amigo para que me prestara su estacionamiento, pues vivía a una cuadra del evento. Nada se llevó a cabo. Llegué a la puerta del concierto y me retiré. No había forma de ingresar, las cosas ya estaban hechas.
Arte y Cultura
Mi café favorito
El año pasado descubrí una cafetería en la histórica galería San Agustín ubicada en pleno Centro de Lima. Amanqae es su nombre y se caracteriza no solo por vender café de especialidad, sino además una variada carta de cócteles con café. El lugar es muy colorido desde su ingreso y tiene una serie de cuadros a su alrededor. Conocí el lugar por mi hermana y desde aquel momento, he regresado cada vez que he podido.
El último verano, llegó a Lima un amigo de Alemania y opté por llevarlo a esa cafetería. A él le encantó el lugar. Si bien ninguno de los trabajadores hablaba un idioma extranjero como sí sucede en las otras cafeterías contiguas, ello no obstaculizó la experiencia que mi amigo se llevó del espacio. Amanqae nos seguía enamorando.
Entre mayo y junio de este año, volví a la cafetería con mi hermana y mi tía. Nos divertimos, probamos distintos cafés y pedimos nuestro cóctel favorito: algarrobina. La estadía fue agradable. Hace un mes aproximadamente, regresé nuevamente. Esta vez, fue junto a otro amigo alemán. Había venido a Lima desde Hamburgo solo por tres semanas y media. Probamos distintos cafés también, sin embargo, lo divertido fue cuando la mesera que nos atendió se retiró de nuestra mesa. A mi amigo le había parecido bastante simpática, pero lo dijo en voz alta hablando en inglés. Ambos suponíamos que nadie nos entendía. Luego de unos minutos, la chica regresó a vernos y al preguntarle si hablaba inglés, nos respondió en el idioma. Acabábamos de pasar uno de los momentos más incómodos del día. No solo porque mi amigo la había elogiado, sino porque también me había contado en voz alta las razones por las que otra de las meseras no era tan bonita para él. Mi amigo estaba sonrojado y yo, no paraba de reír.
Así han sido normalmente mis experiencias en Amanqae con excepción de lo sucedido el último fin de semana. Quedé con tres amigos para vernos allí, pero al final, solo llegó uno de ellos. Hoy pienso que fue lo mejor. Ni bien ingresamos al local, nos avisaron que ese día no estaban vendiendo nada de cócteles, pues el bartender no había ido a trabajar. Antes de frustrarme y cambiar los planes de esa noche, volví a preguntar y nos respondieron que pueden prepararnos solo cócteles con café. Me pareció una mejor idea y nos quedamos. La noche estuvo tranquila, salvo porque uno de los focos internos que estaba precisamente frente a nuestra mesa se apagó ni bien nos sentamos. Me pareció gracioso. Al final solo pedimos un chilcano de café, pues al pedir una algarrobina, ya habían cerrado la barra. Pedí que nos avisaran, pero lo hicieron sin avisarnos: todo mal. Al final, nos regalaron un descuento simbólico para una próxima visita. Trataré de volver.
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