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Arte y Cultura

EEC 2024: Ministerio de Cultura convoca el Concurso Nacional de Video y Cine Indígena y Afrodescendiente Comunitario

Limaaldia.pe

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El Ministerio de Cultura del Perú anuncia que, en el marco de los Estímulos Económicos para la Cultura 2024 (EEC 2024), se encuentra abierta la convocatoria al Concurso Nacional de Video y Cine Indígena y Afrodescendiente Comunitario, el cual tiene como objetivo financiar proyectos que planteen la creación de una obra audiovisual peruana en creación colectiva, que provenga de comunidades indígenas, originarias o del pueblo afroperuano.

Los proyectos postulantes, que concursarán por cuatro premios de hasta S/200 000 (doscientos mil soles), deberán considerar procesos de formación colectiva en el uso de herramientas y el lenguaje audiovisual, la socialización de resultados frente a la comunidad y la creación de un cortometraje o mediometraje. Las postulaciones se recibirán hasta el 09 de mayo de 2024.

Desde el Ministerio de Cultura, a través de la Dirección Audiovisual, la Fonografía y los Nuevos Medios (DAFO), se invita a las asociaciones, comunidades indígenas, campesinas u originarias y de localidades del pueblo afroperuano, a participar y aprovechar esta oportunidad para crear contenido audiovisual de su comunidad y mostrar desde sus propias narrativas la riqueza cultural, problemática y diversidad de sus territorios. 

Conoce más sobre el concurso

Con el objetivo de facilitar la información y los requisitos para postular, el Ministerio de Cultura, ofrecerá una charla informativa virtual sobre los estímulos para el cine indígena, comunitario y pueblo afroperuano, este martes 09 de abril a las 6:00 p. m., a través de la plataforma Zoom. Para participar es necesario inscribirse en https://dafo.cultura.pe/charlaseec24/ .

Estímulos económicos 2024

Para el 2024, el Ministerio de Cultura, convoca 17 líneas de Estímulos Económicos concursables y no concursables, dirigidos al sector del cine y el audiovisual peruano. Toda la información de las líneas de estímulos se puede conseguir en https://estimuloseconomicos.cultura.gob.pe/



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Crónica de una fiesta fallida

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No estaba seguro si debía ir en taxi o en corredor azul. Al final, decidí tomar el bus porque así llegaría a la misma hora que mi amigo. Él estaba viniendo al Centro de Lima desde Santa Anita en taxi. Recordé que la última vez que hice el mismo trayecto demoré treinta minutos, por ello opté por el transporte público. En taxi habría llegado muy rápido y no tendría sentido que lo estuviera esperando en la puerta del local. Hacía frío y no llevaba casaca. El tiempo encajó exacto y aterrizamos en el club del Jirón Camaná a la misma hora.

Ingresamos rápido al club, nos pusieron un sello en el brazo y fuimos directamente al baño. Nos lavamos el rostro y salimos. Antes, me despedí de mi amiga que trabaja en la barra; me preguntó por qué me iba tan rápido, pero le dije que ya regresaba. Eran casi las doce de la medianoche y tenía que ir a otra fiesta que se llevaba a cabo en el jirón Junín del Centro de Lima.

La otra fiesta era organizada por un amigo que conocí a inicios de este año mientras realizaba cobertura a eventos de música electrónica en Lima. Él estaba empezando como DJ y productor por aquella época, me contó parte de su historia y nos caímos bien. La primera vez que coincidimos fue en el festival sostenible de electrónica DGTL. Ambos estuvimos casi toda la noche juntos. La mayor parte del tiempo él estuvo grabando los shows y yo bailaba. Aquel día terminamos completamente agotados. La siguiente oportunidad en la que coincidimos se quedó a dormir en mi casa luego del concierto. Y desde ahí, comenzamos a dialogar con mayor frecuencia por chat siempre de temas vinculados a la escena local. Él era de Cañete y hacía unos meses había empezado su propia marca de fiestas. Para ello, contrataba a DJs y alquilaba un lugar en el Centro de Lima.

Este último sábado fue la edición de aniversario de su marca. Con mi amigo con quien me había encontrado en el centro para bailar en Baalsaal, decidimos ir a la otra fiesta solo por un momento. Particularmente, tenía curiosidad de ver cómo se estaba desarrollando la fiesta. Nunca antes había ido a La Residencia Club. Ni bien llegamos, nos mencionaron en la puerta el precio para la compra de entradas. Le contesté al joven de caja que nos habían invitado. Di nuestros datos, pero nadie nos daba respuesta alguna. Mi amigo se mostraba aburrido y yo, si bien tenía paciencia, empecé a sentir frío. Pensé que lo mejor era regresar a Baalsaal, donde la fiesta estaba a punto de reventar, pero de pronto apareció uno de los organizadores y nos hizo pasar.

Ni bien ingresamos, nos ubicamos en la pista de baile. Nuestra sorpresa fue no encontrar a más de cuatro personas allí. Dos chicos del público estaban con sus teléfonos grabando y los otros dos estaban disfrutando como se debería. Sin embargo, ¿por qué no había más gente? Sentí un poco de tristeza porque sabía que en esa actividad había una inversión económica detrás. Mi amigo estaba a mi costado bailando mientras yo me hacía varias otras interrogantes sobre por qué la fiesta no había funcionado ese día. Mi amigo me preguntó hasta qué hora nos quedamos ahí y le dije que solo sería una hora. Él ya quería regresar a Baalsaal.

Luego de media hora, me fui a la barra a comprarme un trago. Pedí un gin tonic. Sinceramente, sentí que me sirvieron más hielo y agua tónica que el shot completo de gin que normalmente lleva el cóctel. Le invité a mi amigo y seguimos bailando. Disfruté mucho las canciones en español que se incluyeron en el set durante esa hora. Mi amigo organizador de ese evento estaba tan concentrado tocando que no quise interrumpirlo, así que al momento de irnos, solo le envié un mensaje.

Regresamos a Baalsaal y las cosas mejoraron. Antes, mi amigo con quien había salido de fiesta ese sábado, me propuso tomar algo en la calle. Allí nos encontramos con otros amigos asiduos clientes del club en el que estábamos. Compartimos unas latas de cerveza y otras de vodka, y luego fuimos directo a la puerta. El show principal estaba por empezar.

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Gajes de un nadador

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Desde los seis hasta los once años practiqué natación de forma regular en la academia Berendson de Trujillo. Los ex profesores Nicanor y Walter siempre estaban predispuestos a orientarnos en lo que necesitáramos. Nos llevaron a competencias locales y luego, dentro del colegio en el que mi hermana y yo estudiábamos, competimos en la misma disciplina con otras instituciones educativas. Acabó la primaria, me mudé a Lima y la natación quedó solo como un recuerdo.

Luego de terminar la secundaria, decidí ingresar un verano a la academia de la Federación Peruana de Natación ubicada en Jesús María; eran mis últimos años de adolescente. Me matriculé un verano y una vez culminado el curso de dos meses me invitaron a entrenar todos los días, pero por la academia universitaria decidí pausar el proceso que en ese momento practicaba con mucha ilusión. Ingresé a la universidad, luego me cambié de centro de estudios y también de carrera, y volví a olvidarme de la natación.

A los pocos años, luego de cinco aproximadamente, la ex novia de una amiga muy cercana me contó que estaba trabajando en la piscina municipal de un distrito aledaño a donde vivía. Ella era personal de salud y cumplía un horario laboral de lunes a viernes. Me preguntó si quería seguir nadando. Le respondí que sí. Sacó de su cartera cerca de siete tarjetas y me las entregó. Cada tarjeta era por un número aproximado de diez clases. Eso significaba que podía ir a nadar casi por tiempo indefinido por ese momento.

Asistí cerca de cuatro meses ininterrumpidos a la piscina municipal. Profesionalicé mi técnica, hice nuevos amigos y me prometí a mí mismo no volver a dejar este deporte. Nunca ocurrió. Una vez que se acabaron mis tarjetas de clases, tenía que pagar y no estaba en las condiciones para hacerlo. Acababa de mudarme de Pueblo Libre a Jesús María y estaba empezando una segunda carrera en otra universidad. Estaba en mis últimos ciclos del instituto de inglés y además de lo destinado a mi transporte y alimentación ya no me quedaba nada extra.

Pese a ya no ser alumno en la academia de natación municipal, a las semanas de haber concluido mis clases me acerqué a la piscina a consultar los costos de las clases. Me comentaron que ocho clases costaban doscientos veinte soles y doce clases un poco menos de trescientos soles. Sin embargo, tendría un cincuenta por ciento de descuento si era vecino del distrito. Consulté cómo podía corroborar si era vecino y me dijeron que si aún no figuraba mi dirección en mi DNI, podía mostrar un recibo de agua o luz con pagos que no estuvieran vencidos.

Ese día regresé de la piscina a mi casa un poco triste, aunque más estaba estresado. Me puse a pensar en quién podría prestarme un recibo. Llamé a dos amigos y me respondieron que ya se habían mudado. No tenía muchas opciones. Seguí pensando un poco más y apareció el nombre de un amigo al que no veía hace años. Recordé que me había ayudado hace tiempo a inscribirme como personero en una campaña electoral municipal y desde ahí solo manteníamos el contacto por redes sociales. Le envié un mensaje, aceptó y me convocó a su domicilio.

Llegué a la hora que me había indicado y esperé en la puerta de su edificio. Salió, nos dimos un abrazo y recibí el recibo de agua donde figuraba que era vecino puntual en el distrito. Le agradecí y quedamos en seguir conversando. Ese recibo me duró cerca de tres meses. Después, dejé la natación y no regresé hasta hace un par de años. Esta vez volví a la piscina del Campo de Marte. Hice ocho clases y le consulté al instructor si podía enseñarnos la técnica para lanzarnos a la piscina, es decir, cómo realizar un clavado. Nunca lo hizo, así que dejé de asistir.

Hace un mes, decidí matricularme nuevamente en otra academia de natación, esta vez, opté por la sede Lince de Aqualab. La verdad, un desastre. Ni bien me matriculé me comentaron que no aceptaban que los alumnos pagaran por horas libres, sino solo por clases. Quedé contento porque siempre he preferido tomar lecciones a practicar por mi cuenta. Con el transcurso de las semanas noté que ello era falso, pues muchos ciudadanos ingresaban al carril de su nivel de expertiz, pero nadaban lo que consideraban conveniente, mas no hacían la clase.

Hace unos días, ni bien empecé mis primeros cien metros, me crucé con un nadador principiante en mi carril. Todo estaría bien si no fuera porque me metió un puñetazo en el rostro. Mi cara quedó roja, pero en principio entendí que era un riesgo cuando practicamos ese deporte. No obstante, al comentarle al profesor lo que me había sucedido al final de la clase quedé perplejo con su respuesta. Me estaba dando la razón al decirme que era una persona sin técnica ni conocimientos de nado. Le increpé por qué había permitido que alguien así esté con quienes nos encontramos en un nivel más avanzado. No me respondió. A hacer el reclamo y el trámite administrativo. Gajes del día a día.

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