Arte y Cultura
«HASTA QUE LA TELE NOS SEPARE» VUELVE AL TEATRO PERUANO JAPONES
Tras el rotundo éxito del estreno y a pedido del público, Johanna San Miguel y Carlos Carlín confirman el regreso de su hilarante obra “Hasta que la tele nos separe” a las tablas del Teatro Peruano Japonés, en una corta temporada que irá todos los sábados y domingos de julio, incluyendo doble función por Fiestas Patrias. Las entradas para esta esperada segunda entrega ya están a la venta en Teleticket.
Bajo la dirección de Italo Cordano y producida por DEA Promotora, la trama de “Hasta que la tele nos separe” nos presenta los divertidos retos que dos personas de base cinco tienen para enamorarse y relacionarse. Así, la obra, calificada para mayores de 18 años, cuestiona con mucho humor el rol e importancia de las parejas en nuestra sociedad.
¿Es más importante una relación romántica que una amistad? ¿A Johanna y Carlos, les hubiera ido bien si se volvían novios como todos les sugerían? A lo largo de casi hora y media, ambos artistas intentan responder estas y otras interrogantes, a través de divertidos sketches inspirados en sus propias experiencias de vida, con la complicidad del público asistente que también se anima a revelar sus historias de amor.
En julio, serán solo 15 funciones de “Hasta que la tele nos separe”, según programación mencionada a continuación: Sábado 2 (9 p.m.), domingo 3 (7 p.m.), sábado 9 (9 p.m.), domingo 10 (7 p.m.), sábado 16 (9 p.m.), domingo 17 (7 p.m.), sábado 23 (9 p.m.), domingo 24 (7 p.m.), jueves 28 (doble función, 7 p.m. y 9 p.m.), viernes 29 (doble función, 7 p.m. y 9 p.m.), sábado 30 (doble función, 7 p.m. y 9 p.m.), domingo 31 (7 p.m.).
Gira nacional
En tanto, la querida pareja de actores prosigue con la gira nacional de “Hasta que la tele nos separe” que comenzó, el pasado 22 de mayo, en la Ciudad de la Eterna Primavera: Trujillo, donde ofrecieron una presentación a casa llena. La próxima parada del tour de San Miguel y Carlín por el interior del país los llevará este 4 de junio, a Chiclayo; el 12 de junio, a Iquitos; y, el 25 de junio, al Teatro Municipal de Arequipa. Las entradas también están a la venta en Teleticket.
Arte y Cultura
Chavín de Huántar
El exitoso operativo Chavín de Huántar que permitió el rescate de más de setenta rehenes en la embajada de Japón realizado en 1997 se convirtió en un largometraje estrenado hace un par de semanas. La película está bien hecha por dos razones: actuaciones destacables y no pretende politizar en ningún momento el buen trabajo de los comandos peruanos.
Fui al Cineplanet con sede en el centro comercial Risso. Éramos apenas diez personas en la sala. De todo el público, nadie había ido solo. Eran un par de parejas, una familia, y mi amigo que me invitó a ver la película. Decidimos no comprar ningún alimento en el cine para evitar distraernos con ello y enfocarnos plenamente en el material audiovisual.
Desde el inicio, los protagonistas son los comandos, los terroristas y los rehenes, nadie más. A los terroristas del MRTA se les describe como lo que fueron: violentos, sin capacidad de diálogo, tercos y autoritarios. A los comandos se les da otra imagen: humanos. Esto último es algo que me agradó bastante del largometraje, ya que es importante resaltar que los militares fueron ciudadanos que nunca quisieron exponer sus vidas, sino lo hicieron solo por salvar otras, en este caso, de los rehenes.
Ni bien culminó la película y me dispuse a retirarme, vi a cerca de cuatro personas secándose las lágrimas. Sin duda, esta película las había conmovido. De hecho, mi amigo estaba bastante sentimental luego de esa noche. Lo entendía. No hacía falta haber sido víctima o haber vivido una experiencia igual o similar para empatizar con los demás peruanos que tuvieron que experimentar aquella época oscura en nuestro país.
Esta película tal vez sea retirada en algunos días o dos semanas máximo. Sin embargo, considero que es urgente verla y analizarla para entender otra etapa de nuestra historia, aunque difícil, pero necesaria de conocer.
Arte y Cultura
El día que llegué a radio Capital por una papa rellena
Nos habían dejado un proyecto individual a cada estudiante de tercer grado de secundaria. Cada uno de nosotros debíamos iniciar un emprendimiento comercial. Podíamos elegir el producto o servicio de nuestra elección, pero debíamos ser cuidadosos al escogerlo, pues de ello dependía nuestra nota del cuarto bimestre, es decir, nuestra calificación final.
Estudiaba en el colegio Pamer con sede en Lima Sur y mi tutora por aquella época se llamaba Dalila. Era una señorita de contextura delgada, estatura baja y usaba unos anteojos que, en mi opinión, no le daban ninguna armonía a su rostro. A diferencia de los demás docentes y compañeros que usaban los lentes tradicionales, los anteojos de Dalila eran, aparentemente, más grandes. En algún momento pensé que ello se debía a su miopía, pero lo extraño era que las lunas de sus anteojos no eran tan gruesas como las de otras personas que sí tenían graves dificultades de visión. Todo indicaba que ese era su estilo, así como su personalidad bastante apática por ser poco amable con muchos compañeros y conmigo (por supuesto, no había excepción). Dalila no era madre por aquella época y, quizá, esa era la razón de su escasa paciencia cotidiana. El otro posible motivo sería que no tenía vocación de maestra y fungía de nuestra tutora solo por la necesidad de percibir un sueldo cada fin de mes.
Una mañana, Dalila ingresó a nuestro salón como lo hacía regularmente. Escribió en la pizarra algunos apuntes y luego nos pidió mantener silencio con su estilo sarcástico al que ya nos tenía acostumbrados. El salón quedó sin ruido alguno y Dalila comenzó a explicarnos sobre el proyecto que los colegios Pamer tendría a nivel interescolar en toda Lima metropolitana. Pamer era una compañía que tenía distintas sedes bajo el mismo nombre en casi todos los distritos de la capital. Dalila, además, agregó que este proyecto era muy importante, pues la nota que obtendremos era clave para no repetir el año.
Esa tarde llegué a casa y me mantuve en mi habitación pensando cuál podría ser mi proyecto. Mi tía en aquel tiempo tenía una bodega en casa, así que no tuve tiempo de comentarle mucho sobre mi tarea pendiente. Ella estaba con sus clientes en el primer nivel y yo, en el segundo. Al día siguiente, encendí la radio como solía hacerlo casi todos los días y escuché en radio Capital, una emisora de noticias de bastante alcance en Lima, al propietario de la cadena de restaurantes «Señor Papa». Le habían hecho una entrevista al dueño para conocer su negocio y para que explique cómo nació su idea de vender papas rellenas.
Llegó el fin de semana y fui inmediatamente a la sede Real Plaza Centro Cívico del restaurante «Señor Papa». Compré una papa rellena, la probé y después, como ya no tenía para comprar más unidades, le saqué varias fotos a toda su carta. Debajo de cada producto que ellos anunciaban en su carta, se encontraban los ingredientes exactos que estos contenían. Ni bien regresé a casa, ya sabía en qué consistiría mi proyecto: papas rellenas. Aunque yo quería algo que las diferenciara, así que sin pensarlo más, decidí que mis papas rellenas tendrían piña, algo similar a las pizzas hawaianas. Sin embargo, mis papas no tendrían jamón, sino pollo deshilachado. Así creé las papas rellenas de pollo con piña.
Una vez que ya tenía el producto y ya estaban realizadas sendas pruebas pilotos en casa de mi tía, quería ir un paso más allá. Era lunes y nuestra primera presentación del proyecto en clase iba a ser el viernes. Yo soñaba como todo adolescente con lograr que mi emprendimiento fuera conocido por más personas que solo los trabajadores y alumnos del colegio. Al día siguiente, al salir del colegio, fui a casa, freí unas papas rellenas y tomé el bus del Metropolitano con dirección a la estación Aramburú en San Isidro. Bajé y fui a la puerta del Grupo RPP. Sabía que en ese edificio funcionaban distintas emisoras radiales como RPP, Studio 92, Oxígeno, Felicidad y, por supuesto, la emisora que escuchaba siempre: radio Capital. No intenté ingresar previo aviso en vigilancia porque ya intuía que me responderían negativamente, pues nadie me había invitado. Revisé en mi móvil el horario de inicio del próximo programa y me di cuenta que era con el actor Carlos Carlín. Me paré en el ingreso y crucé dedos para que ese día no llegue en auto, sino en taxi y pueda así abordarlo caminando. Lo logré. Carlín bajó de un taxi y fui directamente hacia él para contarle de mi proyecto escolar. Hice todo en treinta segundos. A él le pareció interesante y me hizo pasar. Llegamos juntos al cuarto piso y me avisó que ese día me entrevistaría con el producto que había llevado. Lo probaron y salí al aire. estaban como conductores él y Juan Carlos Tafur. No recuerdo de qué hablé exactamente esa media hora, pero salí satisfecho: había logrado hacer conocida a mi papa rellena a nivel local.
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