Arte y Cultura
Pamela
Mi compañera de carpeta en la clase del instituto es Pamela, una joven natural de Ica con muchas ganas de convertirse en comunicadora. Nuestra lección en el octavo piso del instituto culmina, y nos dirigimos hacia el ascensor. Nos acompañan nuestros demás compañeros del grupo de amigos que tenemos. Somos cinco en total y todos vamos rumbo al primer nivel. Son un poco más de las nueve de la noche, y pareciera que ninguno de nosotros tenemos apremio en regresar a casa porque en lugar de dirigirnos hacia la salida vamos rumbo a la cafetería. Nos miramos, sacamos nuestros celulares y no pronunciamos ninguna palabra. Pamela y yo tenemos un pendiente: un diálogo que hace más de una semana nos debemos. Ella y yo nos dirigimos hacia la última banca frente al establecimiento de comida que el instituto tiene, e inmediatamente el resto del grupo nos siguen. Guardo en mi bolsillo izquierdo mi móvil y le sonrío a Pamela. Los demás, probablemente, se acaban de dar cuenta que necesito privacidad con Pamela y se despiden instantáneamente. Mientras se esfuman por el largo pasadizo que los conduce a la puerta principal, ella me pregunta qué deseo decirle. Empezamos la entrevista.
Me advierte que evite las preguntas incómodas. No le hago caso. Empezamos una amena conversación hablando de cómo ingresó al mundo del modelaje. Me dice que llegó gracias a una amiga que conoció en la escuela de Marina Mora. Anteriormente, Pamela también ha bailado ballet profesional, danza inculcada por su padre. Sus ojos le brillan y supongo que es porque quiere hablar de su carrera como modelo. No me equivoco. Con un exacerbado entusiasmo me cuenta de sus participaciones en diversos eventos, tales como en canales de televisión nacional y en provincias. Sin embargo, la experiencia que jamás olvidará sucedió hace un año, y fue cuando logró consagrarse como «Miss Teen Turismo 2014». Por otro lado, me confiesa que el trajín es un inconveniente latente en quienes ejercen esta profesión. En sus épocas de modelo tenía horarios inflexibles que incluso lograron que baje su rendimiento académico. No obstante, la satisfacción de recibir una remuneración por su trabajo aparentemente sencillo era su mejor recompensa. No hay duda que como anfitriona o modelo ganaba muy bien.
La anorexia y bulimia se hacen presentes casi siempre en esta carrera me dice con suma tranquilidad. El escudo que utilizan cuando dejan de comer es la falta de tiempo o el querer bajar de peso. Y a pesar de que se les reitere que demasiado delgadas están, ellas no lo creen. Pamela, de esto no ha sido ajena, pues me comenta que hubo meses en los que no ingería sus alimentos necesarios. Esto se debía a dos factores: horarios y decisión propia. Acto seguido me confiesa que la verdadera razón para que se limitara en sus comidas se debía a las «reglas» impuestas sobre su peso, estatura y contextura dentro del entorno artístico. Llegó a pesar cincuenta y siete kilos, un peso idóneo para cualquier señorita que ostenta un metro setenta y dos de altura; mas eso no le duraría mucho tiempo. Hoy con algunos kilos de más dice aún no acostumbrarse a su cuerpo pues por un buen tiempo se vio demasiado delgada. Al mismo tiempo asegura sentirse calmada al contar con un peso regular. Su relación con Marina es de lo mejor. En los cinco años que se conocen la ha apoyado y brindado múltiples oportunidades. Un claro ejemplo se dio cuando terminó sus estudios de modelaje, y la reconocida modelo llamó a Pamela para que dictara clases en su academia. Su año de aprendizaje fue fructífero, al final.
Actualmente tiene novio. No es su enamorado, por si acaso. Acá es imprescindible que ponga énfasis en el término debido a una razón estrictamente ligada a discernir entre un concepto y otro. Para ella, el noviazgo implica compromiso, algo que ambos poseen. Jorge, su novio y mejor amigo, estudia fotografía en otro instituto. Le lleva casi diez años y es prácticamente vecino suyo. Ambos se conocieron en Ica cuando estudiaban comunicaciones en la universidad que posteriormente dejarían para venir a Lima en tiempos diferentes. Piensan viajar, pero sus prioridades son finalizar sus carreras. Los siete meses de relación que llevan la ilusionan a aspirar a su independización. Es evidente que Pamela está enamorada.
Tengo la sensación de que los minutos han transcurrido más lento de lo habitual. No han pasado ni treinta desde que dimos inicio a nuestra conversación, pero siento que llevamos horas. Es raro, pero real. Damos por terminada nuestra entrevista con un beso en la mejilla. Ella se queda aún en el instituto. Se queda esperando a su novio, quien estudia a dos cuadras y en aproximadamente quince minutos más saldrá de clase. Yo no puedo quedarme con ella, así que me marcho. Saco mis auriculares y me pierdo entre las calles miraflorinas escuchando el último hit de Sia. «Chandelier» me hace soñar despierto.
Arte y Cultura
Amor en el primer set
De lo que ocurrió en la fiesta recuerdo poco, casi nada. Estuve consciente hasta las tres de la mañana y luego, borré cassette. Había tomado casi cinco chilcanos sin pausa. Definitivamente, si no perdí el conocimiento antes fue por suerte, nada más que eso. La celebración lo ameritaba. El lanzamiento de Volver merecía disfrutarse. El set de la primera DJ estaba por terminar y yo, la verdad, había dejado de prestarle atención. Ese día era, por coincidencia, el cumpleaños de una persona muy especial para mí, y un par de días antes, le había prometido celebrarle en medio de la fiesta que con algunos amigos estaba organizando. Eso me tenía estresado. Luego pensé que no debí haberlo incluido en la fiesta, pero no podía desinvitarlo. Además, en unas horas volaba a Berlín y ni siquiera tenía mi maleta lista. Me serví otro chilcano para dejar de pensar que las cosas podrían no salir como las tenía planificadas.
Terminó el primer set y el siguiente DJ era un amigo a quien conocía recién. En ese momento, él tenía el deber de encender un poco más el ambiente. Él estaba empezando a tocar al mismo tiempo que mi teléfono empezaba a vibrar. Una nueva asistente había llegado. Estaba en la puerta principal de mi edificio. Me acababa de enviar un mensaje de whatsapp. Lo dejé tocando un poco de electrónica mientras me apuraba en pedir el ascensor. La recién llegada asistente era una persona completamente nueva para mí. Se había enterado de la fiesta por el póster que elaboré y donde redacté mi dirección en Lince detalladamente. Ella no era de Lima ni radicaba en la capital, pero por esos días estaba aquí. Nos saludamos en la entrada, le di la bienvenida y me presentó a su amigo, quien lo acompañaba esa noche.
Subimos, ingresamos al departamento y les invité dos vasos de chilcanos. Ella era alta, había venido con un pantalón ajustado y un bolso bastante pequeño y sobrio. Ella bailaba al ritmo de la música que mi amigo tocaba. Parecía ser la única que realmente estaba disfrutando de sus canciones. Los demás estaban entretenidos en sus conversaciones y ni siquiera le estaban prestando atención a la música. Ella lo miraba con admiración y luego empezaba a grabar algunos videos para inmortalizar el momento. Él no perdía la concentración y continuaba con su playlist como si su performance fuera a tener calificación o se tratara de una evaluación.
El reloj bordeó las dos de la mañana y varios de los asistentes comenzaron a retirarse. Empezaron los abrazos, los cruces de mano y los besos. Algunos se me acercaban para agradecerme por haberlos invitado y otros solo me hacían señas para que les abra la puerta y les facilite su salida. Mientras todo ello ocurría, él seguía concentrado en la consola y ella compartía risas cómplices con su amigo. Les ofrecí un trago más a cada uno, me aceptaron, pero me comentaron que luego de ello tenían que retirarse. No recuerdo bien si regresaban a casa o se iban a otra fiesta.
Terminaron sus chilcanos y se acercaron a la puerta. Entendí que esa era la señal para que vaya a despedirlos. Saqué rápidamente mi juego de llaves, dejé mi vaso con agua en la mesa y los acompañé al primer piso. Mi departamento estaba en un piso diez, así que en el transcurso del viaje en el ascensor seguro conversamos algo que en este momento ya he olvidado por completo. Les abrí la puerta principal y se quedaron afuera pese a mi insistencia de que los podía esperar hasta que llegara su movilidad.
Luego de unos meses, cuando ya había viajado y estaba con mi amigo en el teléfono, me confesó que se había enamorado de la chica de aquella vez. Tal vez el verbo preciso no fue enamorar, tal vez fue solo un gusto. Pero él había sentido una atracción que era imposible de ocultar. Le pregunté si la conocía. Me lo negó. Me preguntó cómo llegó ese día a la fiesta. Le dije que me escribió por interno. Ella no fue la única que lo hizo, además. Mis datos estaban explícitamente redactados en el flyer que hice para la fiesta. Él me admitió que le habría gustado intercambiar alguna conversación con ella esa noche en la fiesta. Le dije que era mejor si le escribía a su cuenta de Instagram. «Ya lo hice», me respondió fríamente. Ojalá la vida los vuelva a juntar, aunque sea para que tengan esa conversación que la fiesta les impidió concretar.
Arte y Cultura
Antes de Australia
El año pasado decidí por segunda vez en mi vida que quería ganar mayor conocimiento en la práctica de calistenia. La verdad es que apenas la había practicado tan solo una vez un año anterior. Aquella vez, fue con un vecino con el que durante un mes entero coincidimos en el Parque Castilla de Lince a las seis de la mañana. Él me apoyaba con mis rutinas y yo le obedecía: sabía que si quería lograr un mejor cuerpo tenía que entrenar como él. Luego de cuatro semanas, dejé de frecuentar el parque y perdimos contacto.
Cuando varios meses después decidí regresar a practicar ese deporte, me sentía más pesado, pero aún con el ánimo de que mejoraría rápidamente. Mi ex compañero de calistenia ya no iba más a practicar porque me contó que se había mudado a los Estados Unidos con su madre. Al final no importaba si entrenaba solo: lo importante era hacer deporte. Regresé al parque Castilla una tarde de sábado, después de manejar bici por casi una hora. Me ubiqué en una de las barras y me propuse hacer diez dominadas. Apenas hice tres consecutivas. No solo carecía de la fuerza que ese deporte exigía, sino que estaba bastante perdido en relación a los demás muchachos que estaban a mi alrededor.
Daniel, un joven que estaba practicando en una de las barras del costado, me preguntó si era nuevo en ese deporte. Le respondí que sí y empezamos a conversar. Las dos horas que estuvimos ahí transcurrieron rápidamente y llegó la hora de regresar cada uno a casa. Quedé con Daniel para vernos otro día para seguir entrenando. Tenía ganas de continuar en la calistenia y creía que había encontrado al compañero perfecto.
Con Daniel teníamos varias cosas en común. Ambos éramos de provincia: él de Huánuco y yo de Trujillo. Ambos teníamos casi veinticinco años. Ambos vivíamos cerca del Cercado de Lima y a ambos nos gustaba el pescado. Ambos éramos ciclistas y ambos practicábamos natación. Ambos dominábamos el inglés y ambos soñábamos con radicar fuera del país. La única diferencia notoria que teníamos quedaba evidenciada frente a las barras de calistenia: Daniel era un experto en la materia y yo, un neófito.
Un día, Daniel me escribió y quedamos en ir a nadar juntos. Llegó el fin de semana y nos vimos en la piscina. Íbamos a pagar cada uno una hora libre para nadar un rato, pero al final, desistimos. Como estábamos en bicicleta, quedamos mejor en ir a la playa y así fue. Llegamos a Barranco, bajamos por la Bajada de Baños y nos instalamos en la playa Los Yuyos. Ambos habíamos llevado nuestra mochila, así que las dejamos una al lado de la otra en la arena e ingresamos al mar.
Casi durante tres meses me veía con Daniel todos los días. Dejamos de ir a nadar para seguir yendo a las barras de calistenia de Lince o de Miraflores. Siempre que nos veíamos Daniel tenía un nuevo tema de conversación. A veces era su familia, otras veces era su mascota llamada Max y otras, sus metas por cumplir. Daniel tenía muchas ganas de superarse y solía mencionarme que quería comprarse un auto y tener una familia. Era un joven tradicional con mucha energía.
Después de tres meses de vernos con regularidad, le escribí una mañana para ver si nos encontrábamos y me dijo que había viajado a Huánuco, su ciudad natal. No me explicó más detalles y tampoco le pregunté. A su regreso a Lima, quedamos en vernos en el parque Castilla de Lince como lo hacíamos antes. Me puse un polo cómodo, unos shorts y las primeras zapatillas que encontré. Salí rápido y lo encontré practicando calistenia en las mismas barras de antes. Me dijo que sujetaría su bicicleta con candado en el cicloparqueadero para caminar un rato. Anduvimos por el parque y le pregunté por qué había viajado de pronto. Allí me contó que al día siguiente volaba a Australia.
Daniel se fue a cumplir uno de los sueños que yo habría querido lograr hace varios años: salir a radicar en otro entorno y contexto diferente al peruano. Daniel lo hizo y tal como me contaba cuando recién llegó, no le fue fácil. Al principio se quedaba a dormir en la habitación de su primo, quien ya vivía por varios años en ese país. Con mucho esfuerzo se compró su primer auto y tiempo después, lo vendió para adquirir una camioneta. Hoy ya hemos perdido comunicación, pero no dudo que los sueños que Daniel solía contarme en las barras de calistenia del parque Castilla se están cumpliendo.
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